Que en los últimos diez años los fondos públicos han sido manejados como dinero propio y de bolsillo, es una realidad evidente. La ausencia de controles institucionales, que cuando ven que los altos cargos del Estado se encuentran involucrados en actos de corrupción, miran a otra parte, una fiscalía que procesa diligentemente a estudiantes secundarios por daños que no superan los mil dólares, pero que ante un sobreprecio de varios millones de dólares, acoge silente y gustosa cualquier teoría de “error de buena fe” o “buena decisión con mala suerte”, jueces que están más preocupados por llegar a fin de mes y cobrar el sueldo, que en aplicar el derecho, han contribuido a que nuestros gobernantes hagan, literalmente, lo que les da la gana con los recursos del Estado.

Aún más, la profusa y agobiante estructura de propaganda gubernamental, en muchos de los casos ha tratado de plantearnos no solo como positivo, sino incluso como ético, el dispendio de recursos públicos. Basta ver ese elefante blanco llamado Yachay, donde no son las investigaciones, sino los sobreprecios los que sobresalen, pese a lo cual se destinan fuertes cuentas de publicidad para su promoción. La tan difundida y cacareada repotenciación de la Refinería de Esmeraldas, que devino en un megaescándalo de corrupción, con privación de libertad del exgerente de Petroecuador Álex Bravo, bajo cargos de enriquecimiento ilícito y tráfico de influencias de por medio. Por supuesto, esta imputación a un pez menor nos deja un tufo de impunidad en el aire, pues los peces gordos, los autores mediatos, los que dominan las organizaciones delictivas, siguen gozando de su vida de poder y lujo.

Los casos de desvíos de fondos, malversación de los mismos, sobreprecios y pagos indebidos, están a la orden del día. La celebración de contratos estatales siempre tiene a funcionarios, allegados y familiares como punto central. ¿Se fiscalizan los principales proyectos petroleros del Gobierno por parte de una empresa australiana? Sí, pero a través de una compañía del esposo de Mónica Hernández, asesora del presidente y principal del Plan Familia.

Ellos y ellas, con cara de monja, pontifican sobre la honestidad. A veces se muestran sin tapujos y aparecen con casita nueva quienes antes vivían de arriendo, o en auto lujoso aquel que se bajaba al vuelo de un bus antes de ser parte del Gobierno.

Ellos y ellas, con cara de monja, pontifican sobre la honestidad. A veces se muestran sin tapujos y aparecen con casita nueva quienes antes vivían de arriendo, o en auto lujoso aquel que se bajaba al vuelo de un bus antes de ser parte del Gobierno

Nuestro querido exvicepresidente Lenin Moreno, con su sonrisa amable y cara de bonachón, su gesto sosegado y tono de voz conciliador, no tuvo problema a la hora de solicitar que se le asigne no menos de un millón seiscientos mil dólares anuales, de fondos de nuestro escuálido presupuesto, para cumplir con el cargo honorífico, honorario y no remunerado que se le ha asignado por parte del secretario general de Naciones Unidas. Su calidad de Enviado Especial sobre Discapacidad y Accesibilidad le hizo considerar que los contribuyentes del país teníamos la obligación de pagar su estadía en Ginebra, en condiciones en las que la mayoría de ecuatorianos ni siquiera podríamos soñar. La paradoja radica en que la prodigalidad del Gobierno en el manejo de fondos le dio la razón y vive en un apartamento con vista al lago Lemán, en una de las zonas más lujosas de, a su vez, una de las ciudades más caras del mundo.

¿Qué le hizo pensar a una persona que ostenta un cargo honorario y no remunerado en una institución internacional, que podría recibir una millonada de fondos públicos, sin ser funcionario? Simplemente el saberse dueño del poder, depositario de la ilusión de quienes anhelan perpetuarse en este sueño del que no quieren despertar y que para casi todo el país se está convirtiendo en pesadilla. Aquellos que antes de gobierno solo tenían sus pósteres del Che y uno que otro libro con sesgo marxista y que hoy se acuestan aterrados ante la posibilidad de perder el apartamentito y el carrito nuevo, conseguido con tanto esfuerzo, pues traficar influencias, exigir coimas o armar un tinglado contractual de sobreprecios tampoco es tarea sencilla. Moreno es su esperanza, es la luz al final de un túnel, es la posibilidad de no enfrentar a un fiscal anticorrupción al que no controlen, el que puede prolongar un poco más esta fiesta, que la disfrutan pocos, pero que la pagamos todos, el que les permita seguir alardeando de su supuesta ideología de izquierda y repartiendo escapularios de honestidad, mientras disfrutan de un estilo de vida, al que por medios lícitos jamás habrían accedido. (O)