Es uno de esos fines de semana en los que sueño con dormir hasta tarde el día sábado, sin que ninguna preocupación invada mi mente. Aunque me acabo de acordar que quedé en verme con unos amigos esta noche, así que mejor me levanto rápido para ponerme a trabajar y terminar lo antes posible.

Tengo una reunión a las 11am que he estado esperando con muchas ansias porque la persona con la que me reuniré sólo está disponible los fines de semana y es por un proyecto que queremos lanzar próximamente. Obviamente desayuno antes de salir, es la comida más importante de mi día. Salgo con algo de tiempo pero no holgado. Estuve esperando a una amiga quien recién llegó.

El tráfico está leve pero igual algo congestionado para ser sábado. Sigo por el malecón, y más o menos a unos 40 metros de distancia veo algo similar a un bulto en la calle, parece que es una funda de basura. Justo me toca la luz roja y paro al lado del bulto. Tiembla levemente, mantiene sus ojos cerrados y es de color café. Es una paloma! La luz cambia a verde.

Veo mi reloj, los carros empiezan a pitar. Si paro por más tiempo llegaré tarde a la reunión o incluso se podría cancelar. Si sigo, seguramente en cuestión de segundos la aplastarán.

Muchas personas consideran como ratas con alas a las palomas que encontramos en las ciudades. Después de todo, son portadoras de varias enfermedades transmisibles, entre esas la criptococosis. Pero en este momento mi instinto me hace verla como un ser vivo y en desventaja. Así que “cara de tuco”, abro la puerta del carro, alzo mi brazo pidiéndole a los carros que pitan intensamente que me den un momento. Unos pasan lanzando palabras al aire y a toda velocidad al lado mío y de la puerta del carro. Otros curiosos esperan para ver qué está pasando. Transeúntes parados en la vereda nos observan. Entro al carro con la paloma usando un guante improvisado y mi copiloto me pregunta qué pienso hacer. Manejo hasta un sitio donde no interrumpo el tráfico. La paloma puede mover levemente sus alas, no tiene sangre y mantiene sus ojos cerrados. Debato con mi copiloto entre llevarla al veterinario o dejarla en un área verde y segura dentro del malecón, donde pueda recuperarse.

Pasan los minutos. Como si tuviese un control remoto para poner cámara lenta, alcanzo a leer los labios de otra transeúnte comentándole a su compañero: ¿qué van hacer con la paloma?

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