Hace unas semanas les conté sobre el curso que impartí de filosofía y sobre las conclusiones a las que llegamos a propósito del amor. Me permito extenderme una vez más en ese tema que ha sido de los más abarcados y más misteriosos que ha experimentado la humanidad. Qué intenso será para que Cernuda diga sobre su amada: “Tú justificas mi existencia: / si no te conozco, no he vivido; / si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido”. ¿Quién no ha sentido la adrenalina, la inseguridad y, sobre todo, la inefable felicidad del amor? Y no me refiero ya aquí solo al amor de pareja, sino al que hay entre cualesquiera personas. ¿No es acaso la amistad y el respeto, amor? Por ello creo, no como algo utópico, que el amor es la única respuesta, la única solución para la convivencia de la humanidad. Es la esperanza que tenemos como sociedad.

Nuestro futuro no puede estar aún en las vacías estructuras legales, en las “formas”, en un puro indiferentismo: si no me afectan, que hagan lo que quieran. Mas no me malinterpreten, ni soy comunista ni creo que la libertad es ficticia. Lo único que digo es que forjar una sociedad, que además se formó porque el hombre necesita al resto para su desarrollo, se fundamente en un puro individualismo es un mal chiste. En pocas palabras, nos unimos para luego por medio de leyes separarnos. No me desagrada Rousseau, aunque creo que su propuesta, si no tiene unos valores y mejor aún el amor de base, es algo inhumano. Como digo, creo en el respeto y en la tolerancia, no obstante también creo que esas palabras tarde o temprano se vacían y quedan meramente como lo “políticamente correcto” sin fundamentos, sin razones, si no se apoyan de fondo en el interés por el otro. Sabato recordaba en La Resistencia un pensamiento que le parecía esencial: “Lo humano del hombre es desvivirse por el otro hombre”. Desde esta óptica es que no creo en todas esas críticas que abanderan “slogans” de violencia o de separatismo; no creo en eso de que los cambios se deben hacer por revoluciones, en el sentido negativo de esa palabra, más bien creo en los cambios lentos y agudos pero que se dirigen a una convivencia más humana. ¿No es más fácil decir “me da igual lo que piensas”, que sentarme a conversar y decir: “esto creo yo y quiero aprender de ti”? Fíjense que acá digo “aprender”, que conlleva el ceder en nuestra opinión, en cambiar nuestras ideas para luego descubrir algo más del misterio de la realidad. Eso es exigente, eso es cansado, pero eso es convivencia humana. Lo otro es la relación que hay entre dos piedras. El amor es el único trato que merece el hombre, sin embargo, como he dicho, no es fácil ni cómodo en un principio. Decía Stendhal que “el amor es una bellísima flor, pero hay que tener el coraje de ir a recogerla al borde de un precipicio”.

Creo en el respeto y en la tolerancia, no obstante también creo que esas palabras tarde o temprano se vacían y quedan meramente como lo “políticamente correcto” sin fundamentos, sin razones, si no se apoyan de fondo en el interés por el otro.

“Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien / cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío”. Otra vez Cernuda. Aunque en nuestra sociedad, lamentablemente egoísta, uno lee esta belleza y piensa en esclavitud, lucha de sexos, la “mentira” del compromiso, etcétera. Eso da pena. ¿Será que no sabemos amar realmente? ¿Será que hemos confundido lo que significa amar con una cara bien maquillada o simplemente una personalidad “interesante”? Qué bonita es la distinción que hace C. S. Lewis: “Eros quiere tener cuerpos desnudos; la amistad, personalidades desnudas”. A mí me parece que lo que realmente nos diferencia del resto de seres vivos, no es la inteligencia, más bien es nuestra capacidad de amar. ¿Qué pasó con esa sociedad que gritaba “Libertad, Igualdad y Fraternidad”? ¿Fraternidad? Lucha de clases, de sexo, feminismo radical, para mí es saltar de un charco a otro. Hay que perder el miedo (o el conformismo) de escuchar amor y pensar que es simplemente una palabra bonita y cometer la terrible equivocación de sacarlo de la palestra pública, de nuestros modales, del lugar donde se fraguan las normas de nuestra sociedad. El amor no es para los fines de semana.

Vivimos en una sociedad fría en la que “debemos” seguir las modas, no solo de ropa, sino intelectuales. Luchemos por salir de ese individualismo que nos quita lo único que nos hace ser hombres; luchemos por ser nosotros mismos, por tener convicciones y compartirlas; luchemos porque nuestras acciones tengan nuestra firma. Los dejo con Hannah Arendt y su testimonio sobre un pobre nazi, ojalá esas palabras no sean un espejo: “Él protestó una y otra vez que nunca hizo nada por iniciativa propia. Que no tenía intención alguna, buena o mala, que solo había obedecido órdenes. Esta típica súplica nazi deja claro que el mayor mal en el mundo es el mal cometido por los don nadie. El mal cometido sin motivos, sin convicciones, sin corazones malvados ni convicciones demoníacas, por seres humanos que se rehúsan a ser personas. Y ese es el fenómeno al que he llamado la banalidad del mal”.(O)