Varias autoridades del Gobierno han venido celebrando que el déficit en la balanza comercial se haya convertido en superávit. No parece importarles que el desempleo esté aumentando y que las proyecciones de crecimiento de la economía se mantienen negativas (-4% en 2016 y 2017, según el Banco Mundial y similares proyecciones del FMI). Esto debería hacernos cuestionar el saldo en la balanza comercial como un indicador acerca del estado de una economía.

Mi colega Daniel Ikenson suele decir que es errado considerar la balanza comercial como un marcador. En un artículo reciente señaló que EE.UU. cumple este año 41 años consecutivos de registrar un déficit en su balanza comercial y explica que lejos de ser una señal de debilidad, “el déficit comercial anual es una señal de la hegemonía económica de EE.UU. –un respaldo global a la fortaleza relativa de la economía estadounidense y de su dirección–”. Además, agrega Ikenson:

“Durante esos 41 años consecutivos de déficit en la balanza comercial, la economía estadounidense se triplicó en tamaño, la manufactura real de valor agregado se cuadruplicó, y el número de empleos en la economía casi se duplicó”.

Los mercantilistas modernos nos dicen que un déficit comercial es algo malo pues nos estarían empobreciendo los extranjeros. Todo déficit comercial debe financiarse de alguna forma y por eso viene acompañado de un superávit en la cuenta capital. Mientras que el déficit en la balanza comercial no importa, sí importa es en qué se está gastando determinado país ese superávit en la cuenta capital. Si la mayoría se destina a inversiones realizadas por el sector privado, ese déficit refleja la confianza de los extranjeros en nuestra economía, lo que a su vez genera mayor inversión, producción y empleo. Si, en cambio, la mayoría se destina a financiar el gasto público, acabamos con una deuda pública insostenible.

Así que la balanza comercial es un indicador irrelevante acerca del estado de una economía. Por ejemplo, Venezuela ha tenido un superávit promedio en su cuenta corriente de 7,4% entre 2000 y 2015, mientras que Panamá ha registrado un déficit promedio de -6,6%. Pero una de las economías estrella de los últimos años en Latinoamérica ha sido Panamá, en tanto que Venezuela está colapsando. Tampoco olvidemos que la última vez que nuestra balanza comercial estuvo así de “bien” fue en el año 2000, cuando estábamos todavía en medio de la crisis financiera y sin necesidad de que se implementaran salvaguardias ni toda la tropelía de barreras arancelarias y no arancelarias al comercio que se han venido implementado desde 2009.

Pero aquí siguen con el cuco del déficit comercial. No sorprende, dado que la propaganda que lo ensalza proviene de un gobierno cuyo presidente y secretario de Educación Superior, Ciencia y Tecnología e Innovación no entienden conceptos tan básicos como las ganancias del comercio derivadas de la división internacional del trabajo y de las ventajas comparativas. En una sabatina celebraron que Ecuador haya logrado fabricar cables de fibra óptica y que incluso podría llegar a fabricar sus propias computadoras. Claro que sí, si ya logramos fabricar el nanosatélite Pegaso y podríamos hacer muchas otras cosas. La pregunta es a qué costo, para qué y con plata de quién. (O)