Una vez que el presidente Rafael Correa ratificó a través de un largo tuit su decisión de no ir como candidato a las elecciones del 2017, cabe preguntarse si Alianza PAIS (AP) sobrevivirá al caudillo o si morirá con el retiro de su ícono y principal “tesoro político”.

Que en AP hay muchos cuadros que lo pueden hacer mejor que él, declaró Correa en un extraño gesto de humildad justo cuando anunciaba la retirada. Pero el tema central no son las capacidades de sus coidearios sino cómo queda PAIS, que es AP hoy, y cuáles son las posibilidades de seguir dominando la política ecuatoriana como lo ha hecho en los últimos 9 años. Mi hipótesis es que el retiro de Correa acelerará la desmovilización y desconstitución del movimiento, cuya existencia y razón de ser desde hace dos años no había sido otra que la continuación de su líder en el poder a través de la reelección indefinida. Resultó sorprendente el juego personalista al que sujetó Correa a su movimiento y la manera sumisa como lo aceptó toda la militancia. Desde el 2014, la única estrategia de AP fue trabajar para sostenerlo en el poder –hasta que el pueblo quiera, como afirmaron demagógicamente– para abandonarla pocas semanas antes de la contienda electoral. Todo ese juego, que incluyó la durísima y desgastante tarea de llevar adelante el proceso de aprobación de las reformas constitucionales a través de un procedimiento tramposo y antidemocrático, se fue al tarro de basura. AP perdió dos años enteros para poder pensarse fuera de Correa, lo que habría significado fortalecerse como movimiento y estructura organizativa. Hoy debe luchar en contra del tiempo.

Los candidatos se harán cargo de un movimiento con múltiples fracturas internas, apenas disimuladas por la presencia de Correa; agobiado por la crisis, sin horizonte y sin visión del país. Si todavía luce relativamente fuerte en los números y en las encuestas prelectorales, se debe al mismo efecto Correa, al arrastre de su capital político. Sin embargo, ese capital es intransferible, le pertenece exclusivamente al líder, y empezará a diluirse tan pronto como sean anunciados los nuevos candidatos. AP sentirá en ese momento las consecuencias de haber renunciado a ser un movimiento por fuera de Correa y haberse empeñado solamente en perpetuarlo en el poder. Con todo lo caricaturesco que representa el colectivo Rafael Contigo Siempre, quienes estaban detrás de las Pames dejaron sembrado el mensaje de que sin Correa la revolución ciudadana no sobrevive.

El fantasma del vacío que acompaña al relevo caudillista en cualquier contexto político empieza a rondar sobre PAIS. El juego del líder consiste en hacer sentir su presencia omnímoda y con la misma fuerza su ausencia. Su capital político –insisto– se irá con él a Bélgica. Desde esta perspectiva, el largo tuit del presidente anunciando su retiro definitivo abrió el tiempo de la oposición. El retiro de Correa llega a PAIS cuando el Ecuador empezaba a escurrírsele de las manos. Entramos de lleno a la transición poscorreísta. Si Rafael Correa marcó una ruptura en la vida política del Ecuador, su ida abre una segunda, pero ahora teniendo a la revolución ciudadana como parte del pasado. Un fascinante, complejo y al mismo tiempo incierto momento de cambio político comienza para el Ecuador. (O)