La Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (REDH), formada por cerca de 2.000 pensadores y políticos militantes de las ideas del socialismo revolucionario, aprovecharon el nonagésimo cumpleaños de Fidel Castro para proclamar su admiración al líder cubano –su héroe político e histórico– y a la vez hacer un impresionante gesto de arrogancia intelectual. En una carta pública, el grupo agradece a Castro haber sido una figura de permanente inspiración, por “impulsar las mareas ascendentes de las luchas populares en dirección firme al socialismo” y por actuar como una suerte de bálsamo consolador cuando esas mismas mareas descendían por “… la ferocidad de la reacción del imperialismo y de sus aliados locales”.

Tanto elogio a una persona que lleva más de 50 años en el poder y que puso a su país por fuera de algunos de los ideales de la modernidad política por supuesto que sorprende. Esa intelectualidad reafirma valores y principios con el mismo lenguaje y entusiasmo de hace 50 años, sin pensar siquiera en la existencia y en la historia de los cubanos y menos del llamado socialismo real. Quizá se puede elogiar la capacidad de Castro para sostenerse en el poder durante tanto tiempo; haber consagrado un régimen que combina liderazgo carismático, un estado policial poderoso, un régimen de partido único y severas restricciones a las libertades políticas. La implicación de ese régimen ha sido despojar a los cubanos del ideal de una ciudadanía que les reconoce derechos políticos y cívicos, y verse transformados en un pueblo obligado a sujetarse a los imperativos del Estado tal como han sido definidos por una élite que monopoliza el poder.

Si los elogios sin una pizca de observación crítica sorprenden, llama todavía más la atención la arrogancia de estos intelectuales frente a sus principios y creencias. “La convicción –dice el grupo en la carta– de que nuestras ideas y nuestros valores son infinitamente superiores a los de nuestros enemigos fue y es un alimento esencial de nuestra militancia revolucionaria. De usted aprendimos que su defensa exige la más absoluta intransigencia”. ¡Antológica afirmación! Ni una pizca de crítica y menos todavía cierta humildad intelectual frente a la complejidad de los mundos sociales, culturales y políticos contemporáneos. ¿Frente a qué objetivos y horizontes unos valores y principios pueden presentarse como infinitamente superiores a otros? Asumo que del convencimiento de encarnar de manera acabada, sin contradicción ni fisura alguna, cierto principio libertario y de haberlo consagrado como realidad tangible en algún lugar del planeta, que no sabemos cuál es.

La arrogancia de considerarse superiores transforma a los otros en inferiores, en sus enemigos y en seres más o menos despreciables. Por esa vía simple, la política queda transformada en una guerra permanente, con el terreno abierto para aplicar cualquier forma de violencia, cerrar espacios de reflexión y discusión, bajo una actitud que el grupo llama, sin inmutarse, “intransigencia absoluta”. Alinearse y asumir los valores y principios de esta intelectualidad o atenerse a las consecuencias de un acto de herejía política.

¡Qué anacronismo de postura y qué soberbia política! “Infinitamente superiores”. Una suerte de sacerdotes haciendo rezos en pleno siglo XXI a su dios histórico. (O)