A pesar de la guerra, de la invasión nazi de Italia, Guido y Dora eran felices junto a su hijo Giosue.  

Ellos compartían el matrimonio del sentimiento; vivir juntos en las buenas y malas. Dora sin ser judía se subió al tren que los llevó a un campo de concentración junto a su marido y su  hijo, que fueron embarcados por tener las raíces repudiadas por la Alemania fascista. 

En una fábula maravillosa se convierte esta vivencia en la que Guido oculta a su hijo una aterradora realidad, haciéndole creer que es solo un juego en el que deben ganar puntos, y el primero que logre 1.000 puntos conseguirá un tanque de guerra auténtico. También le argumenta que, si llora, pide comida o  ve a su madre, perderá puntos, mientras que si se esconde de los guardias del campo ganará unos extras.

“La vida es bella”, la vida terminó siendo bella en esta romántica y majestuosa obra cinematográfica donde un padre usa la fantasía para defender de una realidad cruel y contraria a su inocente hijo en un campo de concentración. 

Hace pocos días, el papa Francisco recorrió en sepulcral silencio el memorial de la tragedia en el campo de Auschwitz. Daba sus pasos guiado por una mirada perdida. Era una sotana blanca sobre un cuerpo que parecía ser dirigido por un zombi en los campos de la barbarie. Como si en cada respiro, el papa inhalara el dolor vivido en este complejo de cuatro cámaras de gas y cuatro hornos crematorios.  

Francisco solo dejó un mensaje de su puño y letra en el libro de memorias con la frase: “Señor, ten piedad de tu pueblo. Señor, perdón por tanta crueldad”. El papa explotó y luego en unas declaraciones lapidarias dijo: “La crueldad no se ha acabado en Auschwitz, hoy también se tortura a la gente”. 

Basta con hacer un recorrido mundial para palpar la certeza de sus afirmaciones. Hay presos hacinados en cárceles como animales. Niños inocentes que mueren enfermos por negarles un tratamiento. Barrios que no necesitan fusilar a los jóvenes que con la inseguridad ya están sentenciados. Guerras, odios extremistas que nos hacen vulnerables a estar en el lugar equivocado, en medio de una maquinaria de la muerte. 

Tal como rotula la sarcástica inscripción en alemán en hierro forjado a la entrada del campo nazi “el trabajo los hará libre”, en aquel entonces ninguno de los que entró ahí logró después la libertad. Hoy por hoy, en muchos países no hay trabajo ni producción para que las familias se desarrollen. La irracionalidad de los seres humanos sigue ocasionando acontecimientos horribles y deleznables contra los de la misma especie. 

La vida es bella. La vida podría ser mejor. Solo la memoria puede convertirse en un eficaz antídoto capaz de impedir los monstruos del pasado que no ha pasado, ni ha sido exterminado. Ojalá ya no existieran ejecutores, víctimas y por sobre todo espectadores, muchos seguimos siendo ese auditorio inerte de situaciones que encierran maldad, tristeza y muerte. (O)