Escuchamos cantar o alguien nos enseña una canción. Si nos gusta, la hacemos nuestra, la adoptamos. Una visita al Museo Municipal de la Música Popular Guayaquileña Julio Jaramillo, en Puerto Santa Ana, despierta recuerdos. Su creadora, Jenny Estrada Ruiz, nos guía a una atmósfera densa en voces del recuerdo, con imágenes de instrumentos y grupos musicales en paulatino desarrollo. No puedo afirmar que me encontré con las raíces de la música nacional, pero sí con inspirados artistas que crearon canciones y encontraron intérpretes que nunca pasarán de moda, al menos para quienes compartimos parte de sus tiempos y espacios.

La letra nos acerca y el pentagrama nos atrapa. En teatros, escuelas y colegios, en noches y amaneceres de bohemia, la canción Guayaquil de mis amores es himno e imán que agrupa voluntades y despierta querencias, propósitos y nostalgias. “Tú eres perla que surgiste/ del más grande e ignoto mar; y si al son de su arrullar/ en jardín te convertiste,/ soberana en sus empeños/ nuestro Dios formó un pensil/ con tus bellas Guayaquil,/ Guayaquil de mis ensueños/. Si a tus rubias y morenas, /que enloquecen de pasión, /les palpita el corazón que mitiga negras penas,/ con sus ojos verdes mares/ o de negro anochecer,/ siempre imponen su querer/ Guayaquil de mis cantares…”.

Una tarde Lauro Dávila Echeverría (1885-1968) y Nicasio Safadi Reyes (1896-1968) se dan la mano en el Malecón y se proponen crear una canción a Guayaquil. Un encuentro fortuito engendra y alumbra Guayaquil de mis amores. Dávila nacido en Pasaje y Safadi en Beirut, un pasajeño y un libanés, dos amantes de lo bello, ninguno guayaquileño.

Cuenta la historia que “el 4 de junio de 1930, desde el puerto de Guayaquil, zarpó el buque Santa Teresa, de la Grace Line, con rumbo a la ciudad de Nueva York; fue allí donde Nicasio Safadi y Enrique Ibáñez Mora se convirtieron en los protagonistas de la hazaña musical de grabar el primer tema nacional en un disco de acetato, impulsados por J. D. Feraud Guzmán, pionero en la difusión musical en el país. Antes de esto, cuando se armaba una fiesta en el Ecuador, los invitados bailaban a punta de vitrola al compás de polcas, valses, guajiras, cuecas, bambucos y otros ritmos, mas no pasillos ni sanjuanitos” (R.P.P.).

En el Museo Julio Jaramillo recibo un desplegable con información oficial que transcribo entre comillas. Este centro busca “un reencuentro histórico con nuestra identidad cultural, el rescate y difusión de los grandes valores de la música popular guayasense y la formación y motivación de nuevos compositores e intérpretes. La muestra nos invita a realizar un recorrido histórico que se inicia en la primera escuela de música fundada en Guayaquil (1892) y va marcando la evolución del arte musical y sus cultores más populares a lo largo del siglo XX hasta 1978, año del fallecimiento del Ruiseñor de América”. Visitar este Museo es un verdadero privilegio.

“El más antiguo, el más verdadero y el más bello órgano de la música, el origen del cual nuestra música debe provenir, es la voz humana”, Richard Wagner. (O)