Esta fue precisamente la misión que se propuso cumplir el obispo de Riobamba Leonidas Proaño, siguiendo los mandatos cristianos establecidos en los evangelios de la Iglesia católica; se sintió un pastor que impulsado por la fe, se entregó a una práctica social sin fatiga por la recuperación de la palabra de aquellos que hace 500 años la perdieron doblegados por una dominación tremendamente explotadora y oprobiosa: los indígenas ecuatorianos.

Por sus afanes, las comunidades indígenas, “los más pobres entre los pobres”, se fueron transformando, cambiando fundamentalmente su visión del mundo y de su lugar en él, en una invalorable tarea que la impulsó a la búsqueda de la justicia que históricamente se les había negado, a partir de una formación educativa, religiosa, liberadora y no violenta. La nueva Iglesia concebida desde la teología de liberación, va a dar sus frutos en el Ecuador, y sentimientos de profunda admiración, respeto y gratitud afloran no solo en grupos indígenas sino en todos aquellos que ven en estas acciones una real lucha contra las injusticias. El gran combatiente por los derechos humanos Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz 1981, en profunda admiración al obispo Proaño, le entregó un mural, testimonio histórico que recoge su labor, ubicándoselo en la catedral de Riobamba desde donde ha sido cambiado a lugares de escasa visibilidad para por último desaparecer; ante quienes ven en este acto una ofensa contra todo lo que logró L. Proaño, y también a A. Pérez. Me uno a las voces de quienes quieren ver el mural ocupando el sitio en que se lo ubicó primero en la catedral de Riobamba.(O)

Rosa Lalama Campoverde, licenciada, Guayaquil