En una época se decía que para ser guayaquileño de verdad era necesario haber chupado ciruelas en el cerro y haber nadado en el estero Salado, donde por muchos años no fue aconsejable sumergirse.

Nuestros abuelos nadaron en el río Guayas también, yo tuve la suerte de poder remar y esquiar en el estero.

Actualmente ya es posible volver a nadar en ciertos sectores y observar otra vez aves en su entorno, pero seguro que la mayoría de los niños nacidos en nuestra ciudad no ha nadado en sus aguas y tampoco probado las ciruelas de los cerros.

Se nos atribuyen muchos defectos a los “guayacos” pero es necesario reconocer que crecer en este puerto, rodeado de agua hasta en los lugares más apartados y pobres, impone características especiales como la apertura y cordialidad…

El guayaquileño, por lo general, no es hosco ni huraño, es alegre con buen humor y dispuesto a la conversación y a la broma.

Los horizontes amplios hacen personas generosas, dispuestas a compartir con el que necesita. Desde la comodidad o la pobreza, el guayaquileño no se niega a dar una mano para ayudar a un familiar, amigo o vecino en apuros.

Es asombrosa la capacidad de acoger y aceptar a los que llegan a la ciudad, esperanzados en un futuro mejor.

Hay solidaridad con el que atraviesa por un sufrimiento y acompaña sin escatimar sacrificio a los que sufren duelos, con sus difuntos, hasta el camposanto.

Sin duda la novelería ha sido casi una acusación que se nos asigna, a veces con burla. Pero hay que reconocer que eso significa mucho deseo de cambiar y mejorar, tratar de probar cosas nuevas o diferentes.

La creatividad en lo artístico destaca en los muñecos de año viejo, probablemente los mejores de Ecuador y también en la invención de pequeños negocios.

Son trabajadores y pueden tener dos o tres ocupaciones, casi sin descanso los fines de semana, con tal de mantener a su familia.

La capacidad de unirse y luchar por sus causas ha sido el distintivo histórico, que ojalá no se pierda con las generaciones mayores, por la comodidad o indiferencia.

Es imposible no reconocer que son creyentes y religiosos también. Las procesiones multitudinarias del Cristo del Consuelo, del Divino Niño, las peregrinaciones a Nobol, etc., demuestran que existe una fe que los anima interiormente y, además, un gran amor a María Santísima.

Hoy, los guayaquileños están forzados a demostrar sus mejores cualidades para hacer frente a los grandes enemigos que amenazan a sus familias.

El azote de la droga que se introduce en escuelas y colegios es un tormento y una angustia permanente para padres y madres cuando no tienen los medios para seleccionar mejores y más seguros lugares para que estudien sus hijos.

La tentación de las pandillas juveniles y el sicariato necesitan ser combatidos con valores firmes y actitudes muy claras, con estrategias comunes, organización y decisión.

Los guayaquileños son capaces de luchar contra estos enemigos y vencerlos. Pueden y deben hacerlo. (O)