A mí me encantan las chicas que presiden la Asamblea. ¡Son tan agilitas! ¡Son tan elegantes! Pero, sobre todo, ¡son tan dulces al hablar! Y hablan, ¡qué bestia!, bastantísimo. ¡Y son tan inteligentes! Tanto, que embellecen sus ideas con el rouge de los años 60 del siglo pasado.

La presidenta de la Asamblea, por ejemplo, se llama a sí misma presidenta de la Rep… Y nunca termina la frase: se atranca en la ública. Es que para ella la Rep no es ública sino privada y por eso, si ella quiere, se puede reformar la Constitución, la Ley de Elecciones y todo mismo. Para que pueda completar la frase, espera que el excelentísimo renuncie antes de hora y se vaya a la casa de la Bélgica; como ella calcula que el Glas será candidato, no podrá ocupar la presidencia y entonces ahí ellita se vuelve presidenta de la Rep, con la ública incluida. O sea que, por ahora, solo comete un lapsus constitucionalis, como llamamos los académicos a esa laberíntica sucesión que ella arma en su cabecita.

Marcela Aguiñaga, la segunda vicepresidenta de la Asamblea, en cambio, es la filósofa que dio origen a los errores de buena fe. ¿Se acuerdan que cuando salió a luz que el Ministerio del Ambiente había pagado un sobreprecio de 41 milloncitos al Issfa, el Alexis Mera dijo que ese fue un error de buena fe? Quien lo cometió fue Marcela Aguiñaga, para entonces ministresa del Medio Ambiente. Su conducta sentó jurisprudencia: cuando los miembros del gobierno cometen errores –tan santos ellos, tan altruistas, tan honrados, tan sin Panama Papers– lo hacen siempre con excelente fe.

¿No les parece que las chicas que dirigen la Asamblea, tan imbuidas de buena fe, son angelicales?

Eso se demuestra también cuando se convocó a los ciudadanos (y ciudadanas) a afiliarse a Alianza PAIS. La dulce, tierna, etérea Marcela Aguiñaga recorrió las calles, los barrios, y ahí proclamó de buena fe que los que se afiliaban tendrían casas, salud, escuelas, cocinas de inducción, hidroeléctricas, carreteras, comida light, pilates, saunas y turcos (bueno, turcos ya no ofreció porque a los extranjeros les están botando del país).

Y ¡zas!, cuando fue a pescar esas afiliaciones se vio en medio de una cantidad de carpas de las instituciones del Estado. Entonces la dulce y tierna Aguiñaga se admiró y dijo ¡qué sorpresa!, vengo a carnetizar al pueblo y me encuentro con que, justo aquí, se ha armado una feria ciudadana en que las instituciones del Estado despliegan todas las maravillas del gobierno. ¡Qué coincidencia!

¿No les da ternura que ella solita haya hecho campaña cuando no comienza todavía la campaña? ¡Qué anticipada! ¡Qué previsiva! Después, cuando ya comience oficialmente la campaña, las chicas angelicales que dirigen la Asamblea han de ver cómo los burócratas dejan su trabajo en horas de trabajo para ir a las concentraciones y han de decir ¡qué coincidencia, justo les han dado permiso en la hora de la concentración! Y ¡qué coincidencia, les han prestado los autos y buses oficiales para que se movilicen! ¡Y qué coincidencia, les reparten colas y sánduches!

¡Es qué maravillosas que son las chicas de la Asamblea! ¡Tan ingenuitas, tan de buena fe!

¿Ustedes también están encantados con ellas? ¡Qué coincidencia! (O)