Me gusta mi ciudad. Me agrada descubrir nuevos espacios verdes, nuevas áreas regeneradas, las cuadras que ganan anualmente el concurso convocado por el Municipio. Me alegra el creciente número de lugares destinados a expresiones culturales. Me llena de orgullo la calidad de nuestra orquesta sinfónica. Disfruto cuando veo familias enteras divirtiéndose en el Malecón. Creo que es bueno que empiecen a verse garzas a orillas del Salado. Me complace encontrar mercados limpios, ordenados y bien hechos.

Guayaquil es la ciudad de quienes nacieron en ella y de quienes vinieron en busca del futuro y es grato conocer que muchos encontraron el porvenir que querían para sus hijos. Cuando el padre llegó, apenas sabía dibujar su firma, los hijos fueron a la escuela y algunos terminaron la secundaria, los nietos se graduaron en la universidad. La casa improvisada en que vivieron cuando llegaron fue poco a poco convirtiéndose en una construcción que se hizo bloque por bloque y más tarde le añadieron un piso para vivir más cómodos. Los hijos construyeron una casa bonita o ya no viven en el barrio, buscaron algo mejor.

La historia de las casas de la ciudad es la de su gente, por eso hay sitios en que junto a una casa de hormigón de dos pisos y bien pintada se levanta con dificultad una de una sola planta, hecha con caña y techado de zinc. La primera es solo vivienda. La segunda, que tiene una plantita en la ventana, exhibe un letrero que puede decir “se venden colas heladas”, “arreglamos ropa”, “aquí las empanadas”. La primera es silenciosa, la vida transcurre adentro. De la segunda siempre sale la voz de un locutor de radio anunciando la música que seguirá, la dueña de casa suele estar en la ventana para conversar con los vecinos que pasan y si la conversación está interesante, se instalan en la puerta.

En los días feriados, la primera queda vacía, pues sus dueños salen de la ciudad. En la segunda aprovechan para ir al balneario más cercano o inflan la piscina plástica que compraron entre todos y la ubican en la calle. Si ya tienen la más grande, la usa toda la familia, y si es pequeña, es para los chicos.

Definitivamente, me gusta Guayaquil, es mi ciudad y trato de vivirla plenamente, observo siempre el entorno y me preocupa que muchas de sus casas, lujosas, medias, de bloques, de caña, tienen un letrero, “se vende”. Si la historia de las casas es la de su gente, me pregunto qué situaciones llevan a muchos guayaquileños a buscar deshacerse de la vivienda que en la mayoría de los casos se levantó con sacrificios, pero sirvió para acoger a la familia y ser escenario de su historia.

Algunas tienen el letrero hace muchos meses, lo que quiere decir que no hay compradores. Si no es la crisis, que dicen que no hay, podría ser la “desaceleración de la economía”, que está llevando a algunos guayaquileños a hacer el viaje inverso: de la ciudad al campo, dividiendo la familia.

Es el momento de demostrar lo que pueden las cualidades de los guayaquileños. La ciudad y su gente no pueden detenerse y no lo haremos. (O)