El resultado del referendo británico sorprendió a los mercados, ya que las encuestas apuntaban a que los británicos optarían por mantenerse en la Unión Europea (UE). Como resultado, los índices oscilaron como un terremoto de siete grados.

El precio del petróleo, que venía afirmándose, cayó repentinamente. Nuestro crudo se vende más barato: se pierden ingresos fiscales.

Las monedas europeas, euro y libra esterlina, se desplomaron frente al dólar: nuestras exportaciones se encarecieron en los mercados europeos.

Tanto por la caída del dólar como por la conmoción general de los mercados, el riesgo país subió. Los potenciales compradores internacionales de bonos ecuatorianos requieren un interés más elevado, lo que obligó al Gobierno a renunciar a una emisión de bonos que pretendía hacer la semana pasada, según reveló el presidente.

Menos ingresos petroleros, cierre de mercados financieros y encarecimiento de las exportaciones. No es poca cosa.

Pero se trata de un efecto de cortísimo plazo, que se va a diluir en cuestión de semanas. La salida de Gran Bretaña tiene que negociarse, hay dos años para ello, prorrogables. Nada cambia en 2016. Lo único es que bajan las expectativas de una pronta salida de Europa de la crisis en que se encuentra, así como de la recuperación de la economía mundial.

Luego hay el tema de que los máximos directivos de la Unión Europea, así como de sus organismos pertinentes van a estar ocupados con las complicaciones del retiro de Gran Bretaña, y podrían dejar de prestar atención al tema de la adhesión del Ecuador al Acuerdo andino-europeo.

Para ser un socio comercial pequeño, somos un país harto complicado. A los europeos les molestan las salvaguardias, los cupos para vehículos, las normas que afectan sus exportaciones de fármacos. Estamos contra el tiempo para conseguir perfeccionar y refrendar el acuerdo antes de fin de año. El peligro es real que a partir de enero primero nuestros exportadores tengan que absorber el pago del alza de los aranceles europeos, una vez expirada la prórroga de las preferencias. No faltarán quienes dentro del Gobierno Nacional vean esta calamidad con satisfacción.

En cuanto a Gran Bretaña y Europa, todavía no se miden todas las consecuencias del brexit. Londres podría perder su calidad de capital financiera de Europa. Las firmas británicas y de otros orígenes que venden preponderantemente a Europa tendrán que reubicarse en el continente. Para seguir siendo un producto europeo, el Airbus tendrá que reemplazar sus motores Rolls Royce con otros de producción europea. El inglés dejaría de ser idioma oficial de la comunidad; un golpe al inglés como idioma universal.

Una vez que Gran Bretaña muestra el camino de salida, otros países pueden seguir. En Francia, Marine Le Pen felicita la decisión británica como correcta.

El Reino Unido tendría que cambiar de nombre. Los escoceses demandarán un nuevo referendo independentista, argumentando que Escocia quiere seguir integrando Europa.

Los británicos pierden una de sus diversiones predilectas: burlarse de “los primos estadounidenses” como campiranos: sus pastusos. Ahora los británicos pasan a ser los pastusos de los americanos. Al menos hasta noviembre. Si los americanos eligen a Trump, recuperan este dudoso honor. (O)