No soy muy futbolero, pero confieso que pocas cosas me divierten tanto como asistir a partidos de fútbol en el estadio. El fútbol se ve mucho mejor por televisión, pero la tele no muestra el vértigo al entrar y salir, los buenos y malos olores entreverados, el sorprendente espectáculo de las tribunas, los cantos y el diálogo entre las hinchadas...

Es una regla universal de todo deporte, y más que de los deportes del juego, que es lo que son los deportes al fin y al cabo: unos ganan y otros pierden. Pero mejor véalo así: para que unos ganen otros tienen que perder. Parece perfectamente lógico, pero todavía le falta algo a esta lógica, porque uno gana si el otro pierde solo en un partido de uno contra otro. En cambio en una copa, un torneo o campeonato, el que gana es uno solo contra una cantidad casi siempre bastante abultada. La selección Campeona del Mundo de fútbol es una sola de 211 asociaciones nacionales que componen la FIFA (18 más que la ONU) y el campeón de la Copa Libertadores de América es el mejor de una cantidad inmensa de cuadros de fútbol que integran sus asociaciones, no digamos nada el de la Copa Intercontinental de Clubes. Así es la cosa: cuando uno gana es porque otro u otros pierden, y a veces esos otros son miles.

Por eso nunca entendí a los que lloran cuando pierden, en cualquier deporte o juego, pero sobre todo en el fútbol. Y les aclaro que ocurre en la Argentina muy seguido, no solo cuando la selección albiceleste sale segunda –cosa ya habitual–, sino cuando jugamos al fútbol entre amigos, en los clubes de barrio o el Campeonato Nacional: el que pierde llora y el que gana lo carga por unos cuantos días, que pueden llegar a ser meses y hasta años. Hace ahora cinco días que la depre y el llanto invadieron las ciudades y el campo y casi no se habla de otro tema. Ayer el gobernador de Córdoba inauguró un centro de Jubilados y en lugar de explicar sus políticas públicas para la tercera edad pidió en su discurso que vuelva Messi a la selección y se vaya Martino.

¿Será para tanto? Yo creo que no. Me parece una barbaridad que todo un país o uno solo de sus ciudadanos sufra de este modo por un partido de lo que sea. En los deportes perder no es cuestión de probabilidad, sino de certeza: si alguien gana es porque otro pierde, y alguien tiene que perder. Es más: el espíritu deportivo y el fair play suponen que se gana y se pierde y que la primera obligación del perdedor es felicitar al ganador y alegrarse con su triunfo.

Practicamos con vehemencia una cultura de winners y losers, ganadores y perdedores. Y los perdedores son denostados, acosados y hasta víctimas de bullying. Una desgracia, porque la vida es ganar y perder y sobre todo perder y volver a levantarse cada vez para volver a intentarlo con dignidad y seguramente volver a perder. Quizá sea una mala idea cantar el himno antes de los partidos y enfervorizarnos con el estribillo que dice bizarro “coronados de gloria vivamos o juremos con gloria morir”. El deporte no es la guerra, no defendemos el territorio ni la bandera, no nos jugamos la vida y tampoco la salud.

Hace unos años eso se llamaba ser buenos o malos perdedores y no nos gustaban los malos perdedores. Pero con el tiempo se impusieron hasta en política y ahora resulta que pierde –la que pierde– se enoja con el ganador, hace pucheritos y no le entrega la banda presidencial a quien ganó las elecciones en buena ley. Pero esta columna no iba de política sino de deportes...

Junto con estas cosas pensaba esta semana en lo sensacional que sería una selección de fútbol que se alegrara con el triunfo de su contrincante y se adhiriera a la celebración de la victoria, como se ha hecho durante mucho tiempo en los deportes amateurs, pero eso ya casi no existe, por lo menos en este mundo.

Intente ganar cuando se enfrente con quien sea a cualquier deporte, pero sobre todo cumpla las reglas y cuando pierda –que será muchas veces– pierda como dama o caballero, con hidalguía. Va a ver qué bien se siente. Y recuerde que lo importante en la vida no es ganar ni perder, sino volver a intentarlo, una y otra vez. (O)

¿Será para tanto? Yo creo que no. Me parece una barbaridad que todo un país o uno solo de sus ciudadanos sufra de este modo por un partido de lo que sea. En los deportes perder no es cuestión de probabilidad, sino de certeza: si alguien gana es porque otro pierde, y alguien tiene que perder.