Es probable que usted también se haya planteado, más de una vez en la vida, esa ilusionada posibilidad… ¡Ah! Si yo fuera…

Cantinflas escenificó y dio vida a esa ilusión: Si yo fuera diputado.

Es que solemos tener un concepto tan alto de nosotros mismos que nos consideramos capaces de encontrar soluciones apropiadas y beneficiosas a cuantos problemas nos propongan por delante, a veces con una espontaneidad que raya en el candor.

Sin embargo, el buen juicio y la sana razón nos ayudan a moderar nuestro impulso salvífico y nos proponen mesura y razonadas maneras de acceder al tema, contemplarlo y entenderlo en su núcleo, cuerpo y periferia, antes de enunciar siquiera una opinión y menos un juicio definitivo.

Una de las mayores dificultades para solucionar problemas es la identificación de sus verdaderos y auténticos orígenes y los varios tipos de afectaciones que produce, incluso en lo personal y social, según se trate el tema.

Asimismo hemos de plantearnos el objetivo a perseguir y si este es moral y legítimo, así como también si habría beneficiarios y perjudicados y, en cualquiera de los casos, cómo medir el grado de justicia y satisfacción que puede producir, para mantenerlo, reforzarlo o desmontarlo.

Piense usted que los problemas a los que nos enfrentamos o podemos enfrentarnos están dentro y fuera de la familia, el barrio, la ciudad, el país, incluso la comunidad mundial.

En esos casos podemos preguntarnos: ¿cuál es mi rol?

Porque soy hijo, pero puedo ser padre, soy vecino integrado en la comunidad o ausente en sus reuniones, ciudadano militante de movimientos o partidos políticos pero no concurrir a sus convocatorias, o simplemente independiente políticamente y sin participación ciudadana pública alguna.

Lo interesante es que ya tenemos un rol en la vida que estamos consumiendo y, a veces, sin autoexaminarnos apropiadamente sobre la forma en que nos estamos desempeñando, incluso sin oír el juicio de quienes pueden razonadamente opinar sobre nuestras acciones y omisiones en los roles que debemos cumplir, nos lanzamos a dar juicios de valor sobre las acciones y omisiones de otras personas, lo cual puede ser positivo si procuráramos realmente enriquecer la búsqueda de soluciones a los problemas que nos aquejan.

Una de las debilidades de ciertas soluciones que podríamos proponer a problemas generales que conocemos a través de los medios de comunicación, partiendo de informaciones oficiales o investigaciones periodísticas privadas, puede ser la falta de conocimiento de todos los elementos necesarios para emitir un juicio de valor, que nos permita afirmar contundentemente: si yo fuera…

Por eso es fundamental que al tiempo de presentarnos como redentores, solucionadores de los problemas generales afirmando: Si yo fuera… seamos primero lo mejor posible en casa, en el barrio, en el trabajo y en la ciudad, cumpliendo cabalmente nuestras obligaciones, que eso constituye una carta de presentación que vence diatribas y calumnias.

Conviene que nos preguntemos: ¿Cómo debería ser si yo fuera… yo mismo? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)