Para el retorno a la democracia, todas las tendencias políticas y sociales de España llegaron a un gran acuerdo de convivencia y gobernabilidad, deponiendo aspiraciones particulares, algunas muy legítimas.

Los gobiernos que ha tenido España en estos 40 años no han sido perfectos. De hecho, no existen gobiernos perfectos.

Tampoco han estado ajenos a denuncias de corrupción o de abuso de poder. No es que sea consuelo de muchos, pero deben ser muy pocos gobiernos en el mundo los que no las tengan.

Sin embargo, y lo digo en primera persona porque lo he vivido, los estándares de libertades y de respeto de derechos humanos que han vivido los españoles en estos 40 años ya los quisieran muchas sociedades en el mundo.

La institucionalidad democrática española es fuerte. No es perfecta, pero está mucho más próxima a la solidez ideal que a la ausencia total que, por ejemplo, vive Venezuela.

El gobierno socialista de Rodríguez Zapatero dejó virtualmente en bancarrota al país. Y antes de que explote la bomba, le pasó la posta a Mariano Rajoy.

Esta clase de políticos no es nueva. Gobiernan con bonanza económica, despilfarran, crean un espejismo de riqueza, y cuando el dinero se acaba, alzan vuelo, para que los políticos responsables sean los que tengan que tomar las medidas de ajuste, para salvar a la patria. Para que sean estos los “malos de la película”. Que sean estos los que tengan que recortar el gasto irresponsable, liberar subsidios y cargar con el peso de las decisiones difíciles, aquellas que desgastan el capital político y cuestan elecciones. Para muestra, lo que ocurre en Argentina.

Solo que en esta ocasión, quienes aparecieron, como se dice en la calle, “a pescar en río revuelto” no fueron los causantes del desastre (PSOE), sino una nueva “casta” de oportunistas, bien fondeados por los recursos públicos de nuestros pueblos latinoamericanos, liderados por Pablo Iglesias.

El objetivo: con unas finanzas saneadas, y a través de reformas constitucionales, al puro estilo bolivariano, apoderarse del poder político y de todas sus instituciones.

Afortunadamente, el fracaso de Syriza en Grecia y la tragedia humanitaria que vive Venezuela, con cuya dictadura han colaborado estrechamente Iglesias y su combo, han permitido al pueblo español, de forma mayoritaria, entender el peligro que se cernía sobre su presente y futuro, razón por la que han sido rechazados de manera contundente en las urnas el pasado domingo 26 de junio.

España ha votado por la democracia y sus libertades. Ha votado contra la demagogia, la improvisación y el totalitarismo.

Es por esa razón que uno de los líderes del movimiento Podemos ha difundido un comentario en redes sociales, seguramente invadido por la frustración de tan estruendoso fracaso, en el que sugiere que hay que esperar a que los “viejos” se mueran para que la juventud les entregue el poder. Esto en relación a que, según estadísticas difundidas por encuestadoras, la mayoría de los votos por los partidos tradicionales (PP y PSOE) proviene de personas mayores de 40 años.

Es entendible su malestar. Los “viejos” que vivieron la tragedia de una dictadura no comen cuento, no pudieron engañarlos. Y muchos de los que nacieron en democracia no saben cómo se vive en dictadura. Como dice el refrán, nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.

Desde esta columna felicitamos al querido pueblo español. Ojalá el claro mensaje que ha enviado a la clase política sea escuchado. (O)