¡A mí entrarme un miedo por el dinero electrónico! No porque crea que, manejado por el Banco Central, vaya a resultar una emisión inorgánica, como decimos los economistas. ¡Ni más faltara! Este gobierno maneja las cuentas con total transparencia, hasta el punto que este momento todos sabemos cuál es el monto de nuestra deuda externa, qué es lo que hemos concesionado y cómo, cuántas minas hemos hipotecado, cuántos pozos hemos regalado y cuántos dado en prenda, qué cantidad se han cogido del IESS, cuántos nuevos créditos hemos recibido y cuántos más vamos a recibir y a qué intereses. O sea todas esas cuentas, aunque están escritas en chino, están claritas.

Lo que me preocupa, en consecuencia, nada tiene que ver con el estado económico de la situación que, según las versiones oficiales, es boyante: pasado este pequeño bache, vamos a crecer y el próximo año ya no va a haber desempleo, los créditos van a seguir cayendo del cielo y hasta vamos a tener que endeudarnos un poquito más para completar la refinería de El Aromo que, pobrecita, está allí botadita, pero con solo trece mil milloncitos más va a comenzar a refinar bien refinado todo el petróleo que tenemos prevendido hasta el 2024.

¡Qué bruto!, ahurita que me acuerdo no iba a hablar de nuestra abundancia ni del PIB sino del dinero electrónico, pero ustedes me distraen y me ponen a hablar de economiqueces, que son mi fuerte.

Con una economía saneada como la que tenemos y con un Banco Central con sus bóvedas repletas, lo del dinero electrónico me parece una jugada magistral en la que yo entraría feliz, si pudiera. Pero ¡ay!, qué pena que no puedo porque basta que sea electrónico para que yo no califique.

Imagínense que para manejar el dinero electrónico lo primerito que hay que hacer es sacar una clave. ¡Qué bestia! ¡Cómo voy a sacar pues una clave, si claves son las que me sobran! Trato de abrir el auto y resulta que estoy usando la clave de la computadora, trato de encender la computadora y resulta que estoy usando la clave del cajero, trato de sacar plata del cajero y resulta que estoy usando la clave del wifi, trato de ver una película y resulta que estoy usando la clave del correo. Encima, estos revolucionarios de la economía quieren que tenga otra clave. Ni muerto.

Además, dicen que para el dinero electrónico hay que usar el teléfono como medio de pago. Chuta, eso sí que me parece el colmo. Si a mí todo el tiempo el teléfono se me marca solito y me contestan unos a quienes no llamé. Con el dinero electrónico he de terminar pagando a los que no debo y debiendo a los que no pago. O si no, como soy campeón para aplastar las teclas equivocadas, en lugar de que al que debo reciba el pago, ha de recibir la foto de mi nieto y el debitahabiente no ha de saber qué tiene que hacer para convertir la foto en plata. Frito.

Después, se me ha de mojar. No pues el dinero electrónico, sino el teléfono. Imagínense, tendría que andar explicando que lo que pasa es que mi aparato cayó donde no debía y por sobredosis de liquidez se dañó el pago. Nadie que no sea economista me ha de entender.

O sea, prefiero quedarme nomás con los billetes y no con esa plata electrónica que no tiene el respaldo del Banco Central. ¡Ay, no, qué bruto!, el respaldo del usuario, quise decir. (O)