Invitado por los amables estudiantes de la Universidad de las Américas de Quito, tuve la oportunidad de conversar con ellos sobre el lugar del psicoanálisis en las universidades ecuatorianas. Un tema siempre actual y polémico, ahora que las reformas a los sílabos de la carrera de Psicología dictadas por las autoridades universitarias nacionales eliminarán la especialidad de Psicología clínica en el pregrado. Ahora que, igual que siempre, quieren desterrar la enseñanza del psicoanálisis de nuestras universidades bajo el manido argumento de que “no es científico” y la supuesta obsolescencia del descubrimiento freudiano. ¿Por qué tanta oposición al psicoanálisis en la universidad y en la sociedad? ¿Por qué la misma resistencia desde hace un siglo?

Porque nos resistimos a reconocer la existencia del inconsciente como eso que piensa en nosotros y nos determina, y hacernos responsables por ello. Una resistencia tan intensa como hace cien años, cuando Freud decía que la medicina y la filosofía son las dos fuentes de mayor oposición al psicoanálisis porque decían que este no es científico, y que el pensamiento inconsciente no existe. A estas dos resistencias hoy se suma la de la psicología oficial en buena parte del planeta: la cognitivo-conductual, reputada como la única verdaderamente científica. En realidad, esta disputa no tiene nada que ver con la ciencia sino con el cientificismo, esa ideología que pretende el poder en los espacios académicos imponiendo sus normas para dirimir el supuesto valor científico de todos los saberes.

Así se encarga a unos psicólogos cognitivo-conductuales jovencitos que decidan el valor científico del psicoanálisis y su pertinencia en la universidad. El encargo es tan político, inapropiado y nada científico como pedirle a una estrella de rock metálico que decida el valor y la presencia en la cultura de las Variaciones Goldberg de Bach. O viceversa: pedirle a Jaques Loussier que haga lo mismo con Megadeth. Es decir, no es un problema de arte, de ciencia, de inteligencia o de capacidad. Solo es cosa de ignorancia acerca de un saber y práctica ajenos. Por eso, ningún psicoanalista que realmente lo sea se prestaría para dirimir el valor de la psicoterapia cognitivo-conductual. En cuanto a la supuesta obsolescencia del psicoanálisis, este caducará el día que no tengamos inconsciente, es decir, el día que no hablemos. O el día que ninguna Gabriela Rivadeneira del mundo cometa el lapsus de referirse a sí misma como “presidenta de la República” en una ceremonia solemne.

El psicoanálisis no necesita de la universidad para sostenerse. Pero la universidad sí se beneficia al incorporar al psicoanálisis. Porque hacerlo no es un problema de ciencia ni de técnica, sino de cultura. Lo cual no significa que desterrarlo es una muestra de incultura. Al menos, no necesariamente. La universidad no es solamente un espacio para la ciencia y su técnica, sino –sobre todo– para la cultura, y la invención del psicoanálisis freudiano y lacaniano con el descubrimiento del inconsciente, ha revolucionado la cultura planteando que somos sujetos sujetados al lenguaje, efectos de este y productos del inconsciente estructurado como un lenguaje. Por lo expuesto, a nuestras universidades les conviene acoger al psicoanálisis, en el nivel del pregrado, y en maestrías sobre su teoría y su clínica. (O)