Un hecho insólito llena los titulares de los periódicos estos días. La OEA da señales de vida.

El despertar de este ente no solo se da en un momento inédito en la historia de Sudamérica, sino contra un gigante que ha liderado la tendencia de la región en los últimos años.

Para ponernos en contexto, debemos recordar ciertos detalles del actual impasse entre Luis Almagro, secretario general de la OEA (Organización de Estados Americanos), y el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.

La Carta Democrática Interamericana nació en el año 2001 como un documento que pretende atender las necesidades democráticas de sus estados miembros.

Almagro ha invocado la aplicación de dicha Carta para Venezuela. Lo cual implica en la práctica convocar a los 34 estados miembros de la OEA a una sesión urgente, que podría concretarse entre el 10 y el 20 de junio próximos.

En tal reunión se pretende decidir la suspensión de Venezuela del organismo regional, entre otros argumentos, por la alteración del orden constitucional y el debilitamiento de la institucionalidad, orquestada –según el informe de Almagro– desde los estamentos del Poder Ejecutivo.

La reacción del Gobierno venezolano es de dominio público; con lo cual, no cabe duda de que el tema es complejo desde todo punto de vista.

Si miramos la historia de hace pocos años, la misma Venezuela –con Chávez a la cabeza– comandó un agresivo operativo para desmantelar y desacreditar a los organismos multilaterales poco afines a su forma de hacer gobierno, siendo una de sus cartas más fuertes la de fortalecer a otras instancias de diálogo, como la ALBA, donde les resultaba más cómodo llegar a consensos regionales, sin la presencia del “imperio”.

Por cierto, debemos decir que esta campaña se vio beneficiada por una clara decadencia de la figura de la OEA, generada por su propia falta de posturas e iniciativas claras.

Hoy, visto aquello, resulta un poco incongruente que Venezuela se manifieste tan afectada por una eventual resolución de un organismo que, en palabras del mismo Chávez, “no sirve para nada”.

La única razón que encuentro para esta respuesta es que tal vez la crisis venezolana ha llegado a tal punto que entienden que esta podría ser la estocada final que le falta al poder legislativo de oposición.

En ese contexto, importa mucho la postura que asuman los países miembros ante la convocatoria que han recibido, considerando el nivel de violencia que se vive en este hermano país.

La respuesta de los miembros puede determinar, en gran medida, el futuro de una nación que agoniza en varios aspectos.

Frente a esta inmensa responsabilidad, hacemos votos porque nuestro Gobierno deje de lado sus acostumbradas muestras de solidaridad para con sus pares ideológicos y asuma su compromiso histórico de consolidar la democracia en la región.

La tendencia está de salida, no hay duda. No habría razón para empecinarse en sostener una endeble postura de grupo que afecta a millones de personas de carne y hueso, ni de privilegiar una ideología coyuntural que no tiene más asidero en el mundo de hoy. Ojalá nuestro Gobierno lo entienda. (O)