Conviene recordar el contexto. Desde agosto de 1944, fecha de la liberación de París, Francia continuó expulsando al ejército de Hitler hasta el 11 de mayo del año siguiente, cuando fue liberado Saint-Nazaire, el último reducto nazi. En ese mismo mayo de 1945 regresa a París un joven español de 22 años, Jorge Semprún, que por haber formado parte de la resistencia francesa fue prisionero en el campo de concentración de Buchenwald desde fines de 1943 hasta el 26 de abril de 1945. Pocos meses después, una mañana de agosto, se reúne con la crítica literaria Claude-Edmond Magny. Literalmente se reúnen muy en la mañana, como lo contará el mismo Semprún, que tocó a la puerta de la casa de Magny no solo por esa inquietud de los veinte años para alguien que quiere dedicarse a escribir pero no sabe cómo orientar su vocación, sino, además, porque no sabía cómo escribir luego de lo que había vivido. Magny había conocido a Semprún en 1943 y había encontrado esa inquietud y le había escrito una carta que nunca llegó a enviar. Se la leyó finalmente ese agosto de 1945 y se publicó en la editorial Seghers dos años después con el título de Carta sobre el poder de la escritura.

Parte de esto lo cuenta Semprún en su libro La escritura o la vida. Desde que lo leí busqué esa carta. Por suerte la reeditó Flammarion en 2012 y es un texto imprescindible para quien quiera acercarse a entender el alcance de escribir literatura. Ahora la editorial Periférica la publica en una estupenda traducción de María Virginia Jaua, de la que solo advierto ciertos cambios en los cortes de párrafos frente a la edición de Flammarion. En cualquier caso la traducción es impecable. Habría que hablar más de Magny, de quien se tradujo en la editorial venezolana Monte Ávila, en 1970, su libro Ensayo sobre los límites de la literatura, subtítulo que ha usurpado el título original, Las sandalias de Empédocles, publicado en Suiza en 1945. Me ha sido imposible conseguir la traducción venezolana, pero la reedición de Payot de 1968, en la que puede basarse, incluye un prólogo firmado justamente ese mes de mayo de 1945.

Sería absurdo pretender resumir lo que con un finísimo tacto, sabiduría y gracia dice Magny en el medio centenar de páginas de su carta. Pero me parece importante vincularla con el Ensayo sobre los límites de la escritura, porque lo escribía al mismo tiempo. En su largo ensayo, Magny aborda la obra de Charles Morgan, Sartre y Kafka. En el prólogo advierte algo que hoy puede resultar extraño, acostumbrados a los excesos de la autoficción, a la exhibición del escritor como protagonista central de su obra. Se queja Magny de esa consigna flaubertiana de que el autor desaparezca detrás de su obra. Dice que es una especie de pudor vano, una “impuissance” (impotencia), porque en su época los autores buscaban desaparecer detrás de sus textos, en alusión al objetivismo de los autores del Nouveau Roman que se adscribieron al dictum de Flaubert y que culminaría en la noción de la “muerte del autor” declarada por Barthes y Foucault. Magny no quería favorecer el exhibicionismo, por supuesto, no es tan simple. Ella esperaba que el autor pusiera las manos al fuego, y supiera trasmutar en lo que escribe una experiencia realmente personal, por mínima que sea. Habla de la “incorporación estética de la experiencia a la personalidad y la obra”, algo muy diferente a la mera trasposición o recuento de anécdotas personales. Esa es la fuerza: aprender de lo minúsculo propio, aunque parezca extraño y vaya contra lo que se espera, tanto del mercado, de la religión o de la época del país de nacimiento, como también enseña ese gran contemporáneo nuestro que es Pierre Michon en sus Vidas minúsculas.

Por supuesto, con la sabiduría del caso, a fin de cuentas Magny tiene treinta años cuando escribe la carta y Semprún veinte, ella se cuida de no ser rotunda con sus observaciones y plantea evaluar las paradojas literarias. De paso, comparte una lección de literatura ejemplar, comprimida en esas pocas páginas. Allí compara a Flaubert con Balzac, recurre al Rilke de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, Elegías de Duino y Cartas a un joven poeta; alude a Rimbaud, Mallarmé, Gide, Cocteau, Henry James, y llega al entonces muy reciente libro, Falsos pasos, de Maurice Blanchot. Esta carta es un manual de lecturas, una disquisición sobre la ética creadora y también una lección sobre el papel de la crítica, especialmente cuando señala que los críticos pueden equivocarse para apreciar la belleza (desmonta los prejuicios de Sainte-Beuve hacia Balzac, su poca capacidad para comprender el talento del novelista). También se cuida de hacerle notar la necesidad de vivir intensamente al joven Semprún cuando le recuerda que la belleza de la amante de Flaubert, Louise Colet “probablemente bien valían el velo de Tanit”, en alusión a la escritura de Salambó.

¿Qué recogió Semprún? Casi todo, empezando por un largo silencio. La carta de Magny no deja al margen que la literatura tiene sus riesgos. Tuvieron que pasar casi veinte años para que Semprún finalmente publique su primer libro, El largo viaje, en 1963. Ella murió en 1966. No tengo pistas si Semprún y Magny hablaron sobre ese libro. Probablemente sí. En los libros de Semprún no he encontrado ninguna referencia. La escritura o la vida no las da. Quiero suponer que Magny sí supo de la publicación de la primera novela de aquel muchachito de veinte años que a las seis de la mañana de un día de mayo de 1945 fue a tocar la puerta de su casa. Y cuando la leyó encontró no solo un libro bien escrito, sino también, a lo mejor, un libro fallido, desequilibrado pero necesario, como le había dicho ella en la carta, para que tarde o temprano, en una exigente búsqueda, llegaran esos libros imprescindibles como La escritura o la vida, o esta misma carta que ella le escribió. (O)

Sería absurdo pretender resumir lo que con un finísimo tacto, sabiduría y gracia dice Magny en el medio centenar de páginas de su carta. Pero me parece importante vincularla con el Ensayo sobre los límites de la escritura, porque lo escribía al mismo tiempo.