Un mes después del terremoto ocurrido el 16 de abril, ante el pedido de un oficial de la Marina para que el presidente Rafael Correa rectifique su afirmación sobre los liceos navales, el mandatario dijo: “Yo no me voy a poner a discutir con mis subalternos”. El pensamiento presidencial, contenido en esa expresión, suena a pose imperial más que a postura democrática; esa frase revela más una actitud colonial que poscolonial (que es supuestamente el mundo de hoy); esa ocurrencia se alinea con la opresión y no con la liberación. ¿Por qué no deliberar con un subalterno, por qué despreciarlo y quitarle el derecho a la palabra?

En una conferencia en 1985, y luego en un artículo en 1988, la profesora Gayatri Chakravorty Spivak, nacida en Calcuta y formada en Estados Unidos e Inglaterra, planteó una pregunta central para las humanidades: “¿Puede hablar el subalterno?” (o, en la traducción de José Amícola, “¿Puede hablar el sujeto subalterno?”). Spivak cuestionaba el silencio impuesto a las mujeres, tratadas como inferiores por la historia y la administración coloniales de la India. La pregunta es también: ¿Puede hablar una mujer en condiciones coloniales? ¿Pueden hablar, en situación de opresión, los subordinados, los marginados, los que no tienen el poder formal?

Nada revolucionario dejará la cultura política ejercida por el presidente Correa y sus fans de Alianza PAIS si en el Ecuador de hoy el jefe de Estado no discute con sus subalternos. ¿Con quién entonces va a intercambiar puntos de vista? ¿Solo con los suyos que, ya sabemos, han decidido mirar a otra parte frente a los atropellos del poderoso? ¿Qué pares tiene el presidente? Si los mandantes somos nosotros, el mandatario está justamente para dialogar con los subordinados porque ellos son capaces de mostrar el otro lado de una verdad. Considerar al subalterno como un no-interlocutor es asentar la política sobre una base neocolonial.

En este Gobierno la orden del único amo hace temblar a sus servidores y los acalla. Las actitudes del presidente Correa han hecho retroceder nuestra cultura política democrática porque, si bien él, como ningún otro mandatario, ha visitado muchísimos lugares relegados del país, en esa misma medida la interlocución con el pueblo ha sido estructuralmente silenciada: este es el esquema de la comunicación oficial: el presidente no discute con quienes él considera sus subalternos; solo los instruye, los ilumina, cuando no los reprende acremente. Esto explica por qué el subalterno damnificado no puede hablar ni, ¡cuidado!, ponerse a llorar.

Una consecuencia de haberse erigido como el jefe de todas las funciones del Estado (y no como jefe de Estado) es que para el poderoso todos somos subalternos obedientes, temerosos y callados. Esta es una razón por la que son despreciadas las actitudes autónomas, como la universitaria. Hacer del otro un subalterno pone una condición en la que la capacidad del otro para acceder al poder es obstruida de manera drástica, porque cesa de ser subalterno quien escapa de la mudez. En tanto tal –concluye Spivak– no puede hablar el subalterno; le corresponde participar en su proceso emancipatorio para alcanzar un nuevo lugar. Siempre es necesario alzar la voz. (O)