Siento pasión por los pasillos, quizás porque llevan letras de otro planeta como cuando el amor era lento acercamiento, requiebro elegante, tristeza en la menor, penumbra de la pequeña alcoba. El amor sin esperanza fue la tónica que Julio Jaramillo prefería; títulos como Boda gris, Bodas negras, Bodas y lágrimas, Consuelo amargo, Desolación, Ya no me atormentes más, Ódiame revelan un pesimismo en el que se siguen regocijando los enamorados. Sin aquella tristeza no habría telenovelas, pero cuando el pasillo clama que amar sin esperanza es dar el corazón con toda el alma, sigo preguntándome dónde empieza el alma, dónde termina el corazón. Claro que aquel órgano muscular se agita, acelera su ritmo como si quisiera salir del pecho, pero son reacciones físicas con resonancia en la mente o en el alma. Se llega a los extremos, nacen temas como Gloomy sunday, quizás la canción más triste que se haya escrito jamás. ¿Qué poder tiene el amor, capaz de devolver la sensatez al más disoluto loco, forrar de delirio la mente del más cuerdo, producir la vida en una noche cualquiera, dar a luz o apagarla, acabar con ella en el filo de una navaja?

Por amor, una mujer astilla la dicha de un espejismo, una princesa pierde sus anhelos bajo un puente parisiense, se estrella la carroza de Cenicienta contra las luces de la madrugada. Unos reniegan de su patria y sus ideales con tal de alcanzar el horizonte encendido, el amor se retuerce de dolor junto a la cuna vacía, frente a la casa que derrumbó un planeta herido dando estertores, sembrando el terror. Todos nos volvemos manabitas.

Besos y caricias intentan echar de su reducto a la muchachita asustada que se inquieta, se alborota, equivoca los estribos, entrega sus más secretas pertenencias, se lanza de cuerpo entero en la hoguera. A veces desgrana remordimientos, canjea diablillos por una quimera. El amor brota por doquiera, Julieta vuela más alto que el ruiseñor del alba, Tristán e Isolda sellan con el último beso su doble tragedia, en el cine permanente dan la misma película.

Cuando, ancianos y cansados, andan a pasitos trémulos, no saben dónde terminan las piezas del rompecabezas, comparten insomnios, confunden sus espejuelos, dicen mil tonterías, hablan solos, sueltan risas frágiles, desgonzan la tos, empollan lágrimas, riegan su torpeza en la mesa puesta, conservan galletas en una caja de lata para los nietos o las avecillas del parque. Les sobrecoge el terror de que podría morir el otro, se extinguen como velas, se aferran a la idea del reencuentro en una vida sin límites. Sin embargo, el amor lleva siempre dentro de sí el dolor de la posible muerte. Cogidos de los ojos se cuidan el uno al otro, se cuidan hasta cuando duermen. De pronto abordan juntos el último vuelo, agitan un pañuelo, los ojos se llenan de agua, derraman de una sola su postrera mirada. Quedarán unas fotografías entre cosas heredadas. El sol y el amor seguirán visitando las mismas playas. En cada caracol desgastado duerme el recuerdo de una aventura. Somos simplemente lo que amamos: seres o cosas. (O)