La tramoya del exterior, pobre de masas, abundante colorido de acompañantes, y la tramoya del interior, saturado de cercanos, una casi nueva o de último rato, clase política, cobijaron al presidente Correa en su último informe a la nación. Fue una sabatina para la cual colgó su traje de ciclista ya que no combinaba con la banda presidencial. Un acto algo deslucido, de aire melancólico, con un locutor central sin deseos de que comience ni termine. Se pareció, en su espíritu, a las presentaciones postreras de dos viejos dinosaurios, líderes populistas de la región –Balaguer, Paz Estenssoro– a las que me tocó asistir. La de ahora, menos mal, fue por televisión.

El primer compás a cargo de la jefa de la Asamblea Nacional fue deslucido. Una mezcla de lirismo básico con nacionalismo elemental. La patria que se levanta, la restauración conservadora que les acecha. Un formato reiterado. Una nueva apelación. No seremos Brasil. La ocasión sirvió para que nos enteráramos que se desempeña como presidenta del Parlamento Latinoamericano. Desde esa función, el Estado ecuatoriano se volvió a tropezar con la misma piedra. Exhibió oronda que no representa a la comunidad regional sino a estrechos intereses. Rechazó, como si estuviese en una asamblea universitaria, al parlamento brasilero. Por golpista. Y, en la sucesión de asociaciones conceptuales ilícitas, me pareció olfatear un cierto tufillo a Maduro en versión otavaleña. No vamos a retroceder un solo milímetro. Usaremos el poder popular.

El discurso de Correa tuvo pocos anuncios, que habrá una reducción del aparato estatal, que volverá a enviar las polémicas propuestas de herencias y plusvalía. Ya que las movilizaciones populares lo habían engañado. Que él sí sabe qué es lo que piensa el pueblo. Y que se ratifica como un revolucionario, más allá de cierto aroma a fondomonetarista de las últimas medidas. Ciertamente, la media decena de horas fue un ensayo de sistematización de consignas que preparan la campaña electoral y los códigos con los cuales los electores deberemos percibir al régimen. Revisemos algunos lugares comunes de la comunicación gubernamental.

(Escuché una vez más otra expresión de la pobreza de la política pública. Haber construido primero el edificio de Unasur y luego haber comprado los terrenos circundantes una vez revalorados. Con ese razonamiento, presumo que nos volvieron a tratar a los ciudadanos como imbéciles. Cuando la tontera fue de quien generó el plusvalor, lo regaló a los propietarios de esos terrenos, y luego se lamenta por no haber podido capturar ese valor adicional. Claro, sirve para justificar la propuesta de legislación acerca de la plusvalía. Perdón por el estallido. Pero no quiero que maltraten a la lógica elemental).

La década ganada (contra la década perdida de los neoliberales) se caracteriza por el alto nivel de autoestima de los ecuatorianos (cachorros del jaguar económico regional), una extraordinaria modestia (lo hemos hecho bien, muy bien) y la increíble (menos mal que no escuché espectacular) eficiencia del gasto público. Keynesianismo y estructuralismo en versión light. Y también por las ficciones. Si el terremoto hubiese ocurrido antes, hace una década, ¿por dónde hubieran evacuado a las víctimas? Parecía que las carreteras y los puentes se hicieron en previsión del terremoto. Sabiendo, como todos lo saben, que se venía. Quizás. Porque la verdad económica tiene domicilio en Carondelet, donde el mejor ahorro es una buena/abundante inversión. Es que, si no se han dado cuenta, el Ecuador de hoy es otro. Todo fue refundado. La historia comenzó en 2006. Muchas cosas que ven, no son ciertas. Y muchas que aún no ven, ya son ciertas. Por ejemplo, se han atacado las causas estructurales de la pobreza con las escuelas del milenio y los centros de salud. (Y su sostenibilidad sin el ingente gasto público, sin vínculos con la diversificación económica, es una pregunta de los neoliberales, digo yo).

Ya en la política (con minúscula porque mayúscula no hubo ni puede tener), al terminar, el presidente dejó ver sus ropas, mostró que no siempre camina desnudo. Nos dijo que la pregunta clave es ¿quién manda? en la sociedad, en el Estado, en las instituciones, en las relaciones sociales. Es decir, el tema es quién controla, al margen de para qué y para quién. Que le había ido bien en el control de los asambleístas, buenos sujetos disciplinados. A ello atribuyó la eficiencia de la institución. Nueva verdad –de las muchas del régimen– para la Ciencia Política universal. Y, claro está, para los lectores de El príncipe de Maquiavelo en versión ilustrada para principiantes.

La instrucción, en consecuencia, fue precisa. No hay que dejarse ganar el Parlamento. Hay que ganar todo. Para que el integrismo funcione. Sin los tapujos del pensamiento múltiple y tampoco la necesidad de concertar. Es decir, democracia dura, si cabe denominarla así, sin deliberación. Esta es la nueva ética política, destruir a la política, y seguramente la moral revolucionaria, el pensamiento único.

El tratado político que escuchamos tuvo otras patas. Retomo solamente dos. De un lado, los olvidos velasquistas (el doctor Velasco se olvidaba de los nombres de sus colaboradores cuando renunciaba a ellos). Esta vez, les tocó a las fuerzas armadas. Fueron ignoradas. Del tributo por el rescate de septiembre a… acabo de darme cuenta de que probablemente por esa desidia discursiva, el 30S ya no formó parte de los acontecimientos privilegiados de la relectura de la historia. Muy poca altura para un tratado. Me permitirán una mala asociación en medio de tantas otras. Pero, también al paso, hay que mencionar al otro incordio en camino al olvido: la Constitución de Montecristi.

De otro lado, el académico que de casualidad es presidente, retiró un derecho político a un segmento de ciudadanos. Dispuso que los empresarios hagan negocios, pero no política. En mi distorsionado modo de entender a la democracia habría creído que se debería invitar a los ciudadanos que ejercen actividades empresariales, así como a los ciudadanos que son trabajadores, para que eviten corporativizar a la política. Pero a Júpiter se le ocurrió disponer que los mortales sean más mortales que de costumbre.

La sobriedad lingüística no es un atributo de los ciudadanos revolucionarios. Tampoco la originalidad. El vicepresidente Glas, con menos glamur, nos mostró que también era un legionario adanista. Es decir, de los combatientes conquistadores que todo lo habían hecho por primera vez. O, por lo menos, en nuestro caso, lo habían dicho por primera vez. Esbozó la profundidad de su discurso de campaña. ¡De qué derecho está asistida la oposición para demandar una política pública si antes no lo habían hecho! ¿Para qué quieren arrebatarle el poder a PAIS si antes no pudieron hacerlo? ¡Cómo podían pretender quitarle su capacidad de ver productividad donde ellos solo ven cemento! Y así, en una danza de millones y millones de dólares se nos comentó que el cambio de la matriz productiva ya está. Que donde decía barcos léase frutillas. Y que donde dice nanotecnología léase turismo. Y que toda esa nueva riqueza es Estado. Y que no reconocerlo es producto de las mentes pequeñas. Ya que somos/seremos el polo de la industrialización de América Latina. Porque somos el producto del engendro de la infraestructura en la estabilidad política. Amén.

El balance político del mensaje estuvo fuera del discurso. Moreno y Glas se afianzaron como candidatos ante nosotros y ante los otros, los feligreses de PAIS, me refiero. Glas pudo cobijarse en el regazo presidencial, desde donde emitió gemidos de lealtad barrial al jefe, a quien todo le debe. Moreno, artista más experimentado, con cara nostálgica recibió, sin embargo, más aplausos por sus gestos. Este es el estado de la nación. (O)

El balance político del mensaje estuvo fuera del discurso. Moreno y Glas se afianzaron como candidatos ante nosotros y ante los otros, los feligreses de PAIS, me refiero.