En época de crisis las personas parecen volverse más religiosas. El terremoto y los temblores subsiguientes han logrado llenar templos, y muchos clérigos y pastores de diversas religiones se alegran de tal incremento de fe...

¿Será que el miedo nos vuelve a Dios? ¿Es este uno de los pilares de las religiones? Lo desconocido nos enfrenta a nuestra propia pequeñez y el deseo de encontrar respuestas y soluciones hace que muchas personas busquen en los textos que cada uno considera sagrados el refugio y la seguridad que necesitan. Siempre recuerdo la película Náufrago, con Tom Hanks: perdido y solo en una isla deshabitada. El balón de voleibol, que encuentra en un paquete arrojado por el océano a la isla, se transforma en su acompañante, casi la imagen de Dios, a quien le habla y confía sus temores y deseos.

Es bueno sentirse arropado por Dios cuando desfallecemos y no encontramos sentido al sufrimiento de tantos inocentes, de tantas personas amadas, o al nuestro. Es bueno constatar nuestra pequeñez y a la vez experimentar la comunión con todo lo que existe y descubrir vínculos, coincidencias, asombrarse y quedar anonado frente al infinito de la grandeza y de la pequeñez.

Pero hacer a Dios a nuestra imagen y semejanza es una tentación siempre presente. Se lo utiliza para justificar castigos: “La Biblia dice que a los niños hay que castigarlos con una varilla cuando no obedecen”, repetía convencido un vecino, látigo en mano. Esa población es Sodoma y Gomorra, por eso le caerán los peores castigos y ya mismo tendrán un terremoto estremecedor, comentaba alguien a propósito de una ciudad de nuestras costas. Cuando alguien tiene una enfermedad larga, muchos piensan que está expiando culpas ocultas como si el dolor acercara a Dios y no el amor. El castigo dado, el castigo recibido todo en nombre de Dios. Muchos jóvenes involucrados en grupos violentos pedían la ayuda de Dios antes de cometer sus fechorías.

Acaban de matar al clérigo Akhtar Mansur, líder de los talibanes, en Afganistán. El movimiento talibán, basado en interpretaciones estrictas de lo que debe ser la vida de un musulmán, justifica la guerra y la promueve en nombre de Dios para lograr sus fines políticos y económicos. Lo mismo sucede con ISIS y lo mismo sucedió con los cristianos y las cruzadas, la inquisición y muchas otras guerras “sagradas”.

En algunos conflictos cuando las personas sostienen que Dios está de su lado es casi imposible encontrar caminos de solución, porque realmente ¿cómo convencer a Dios que de pronto está equivocado?

En la reunión celebrada en Azerbaiyán, para encontrar caminos para la paz entre las naciones, en la que tuve el privilegio de participar, uno de los debates recurrentes tenía que ver con las religiones y el terrorismo. En una de esas mesas me llamaba la atención que los líderes religiosos, de todas las religiones mayoritarias que estaban allí presentes, todos hombres, hablaban de la paz posible, pero nadie se cuestionaba a sí mismo y la religión de la que hacían parte. Envueltos en ropajes y distintivos que los separaban, hablaban a nombre del dios en que creían y de la unidad que pregonaban, pero todo en su vestimenta y en sus gestos marcaba separación y exclusión, comenzando con las mujeres.

Hacer de Dios la justificación de enfrentamientos, guerras, masacres, desastres naturales es la peor de las violencias. (O)