Pedirle al presidente de la República que elimine las sabatinas es insinuarle que muera políticamente, que cometa una suerte de suicidio político. ¡Las sabatinas son todo! Sin ellas no habría Rafael Correa, tampoco conducción política y menos todavía revolución ciudadana. A ese punto hemos llegado: si al inicio del proceso estaban conectadas con la ilusión del cambio, hoy el cambio no es más que las sabatinas.

Los famosos enlaces ciudadanos sirven para muchas cosas: para que Correa sea aclamado, para lucirse ante sus seguidores, para transformarse en el profesor de la patria, para dar racionalidad y coherencia a una gestión gubernamental que en la práctica luce bastante caótica; para dar órdenes a sus ministros, sancionarlos o premiarlos; para mantener viva la lógica del antagonismo y recrear la figura de las grandes mayorías, del pueblo; para recorrer el país y transformar a Correa en un centro itinerante que construye apoyos por el territorio; para estigmatizar a los adversarios, a la prensa y a los periodistas, y proclamar los milagros de Alianza PAIS. ¡Imagínense ustedes el Ecuador de la revolución ciudadana sin sabatinas! Sería como caer en un largo silencio, en una ausencia de políticas públicas, de temas controversiales, de liderazgo. ¡Imagínense el espacio público con un Correa recatado y silenciado! ¡Simplemente se acaba la revolución!

Pero si las sabatinas no pueden ser suspendidas por razones de supervivencia política, al menos el Gobierno debería transparentar su costo. Fue un gran invento de la revolución ciudadana para personalizar el liderazgo político, pero muy costoso, fruto del momento de auge y prosperidad en el que vivía el país. Ahora la revolución no puede prescindir de ese mecanismo, pero igual nos sigue costando. ¿Cuánto? ¿Por qué, si se trata de un mecanismo sagrado de rendición de cuentas, no se pueden transparentar sus costos? Las sabatinas formaron parte del llamado retorno del Estado. Han sido recorridos del presidente con todo un séquito de funcionarios y ministros, y una parafernalia enorme a cuestas para pasear al Estado y a la patria por el territorio. El presidente llegaba a los cantones del país con el Estado sobre los hombros para mostrarse a sí mismo, primero, y a su gobierno, después. Para exhibir las obras y los milagros. Bueno, ¿cuánto ha costado desplazarse y desplazar a toda su gente por el territorio para propagandear al Gobierno? Hemos recibido información contradictoria del propio presidente sobre el tema. Él ha dicho unas veces que cuestan 22 mil dólares pero hace unos días subió a 30 mil dólares. ¿Cuánto mismo cuestan? Para seguir en la onda de la rendición sagrada de cuentas, infórmele al país sobre los dineros gastados. ¿Qué contratos se han firmado? ¿Con quiénes? ¿Por qué valores? ¿Por cuánto tiempo? ¿Cómo se han gastado recursos ciudadanos?

Solo una vez rendidas cuentas de los dineros utilizados en las sabatinas, entonces privatícenlas con financiamiento de empresas, militantes y del propio movimiento. El anuncio de su privatización, por decirlo de algún modo, es un reconocimiento de que a estas alturas las sabatinas resultan muy caras de financiar con recursos públicos, pero no se las puede abandonar porque marcaría el precipitado fin de la revolución.

¡Las sabatinas, ay, son todo! (O)