El taxista conduce hacia un hotel limeño para reponer mis veintiocho horas de viaje. Transita por vericuetos; aclaro el precio convenido, por si acaso. Que saliera sin cámaras, celular y ojalá sin ropa aconseja mientras acomodo mi cansada espalda. ¿Por quién votarás? “Por Kuczynski…” –responde tajantemente– “…la gente está cansada de políticos que no garantizan nada, como Keiko. Él traerá inversión, trabajo, pero está difícil el triunfo”. Llegamos. Se marcha insistiéndome tener cuidado.

En el trayecto Arica-Lima, “por Kuczynski…” respondió una joven acompañante de asiento. “…La política importa poco, ofrecen cambios, no cumplen. Keiko será igual que su papá”, una Fujimori; apellido maldito para unos, salvador para otros. Las paredes rebautizan “Keiko trabajo”, “Keiko futuro”, “Keiko seguridad”, pero no Fujimori, extirpando el controversial apelativo aclamado contra la inseguridad.

Luis Benavente, director de Vox Populi, señala en el programa Enfoque de los sábados, canal-RPP, que el autoritarismo vende en ciertos sectores peruanos por los altos índices de inseguridad, violencia y miedo; por ello Keiko posee un sólido argumento de venta. Cecilia Blondet, historiadora del I.E.P., plantea en el mismo programa una dicotomía entre propuestas democráticas y autocráticas, donde Kuczynski muestra credenciales democráticas, honestas, y Keiko no, por su familia. Recupera la práctica clientelista-fujimorista con adhesión en los pueblos, agrega.

“Por nadie…”, dice el recepcionista, “…salga quien salga debo trabajar”. “Por Keiko…”, responde otro taxista, “…los presidentes varones demostraron incapacidad”. “Mi candidata era Verónica Mendoza –del Frente Amplio–; ahora no sé”, contesta la mesera mientras sirve el plato. El vecino de mesa, microempresario, votará por Keiko, “se necesita dureza contra la delincuencia”; su señora está con Kuczynski, tiene familiares víctimas del fujimorismo. Nadie habla del modelo transitando entre aplaudidas cifras macroeconómicas y altos niveles de pobreza. Pareciera que el miedo y la conformidad los obnubila.

“Alan es peruano”, grita una trasnochada pared, agobiada por una aplastante derrota en primera vuelta por dos apellidos inmigrantes con parecidas promesas de crecimiento, seguridad, inversión social, empleo, etcétera. “Ambos son cortados por la misma tijera…”, afirma un vendedor ambulante, “…en las elecciones anteriores, Kuczynski apoyó en segunda vuelta a Keiko contra Humala”. “Noventa soles, vamos a un lugarcito y te lo explico” ofrece una chica de tacones plataforma perfumados en hambre, atenta a mi curiosidad electoral.

“Una es populista, otro empresario que jalará para los poderosos…”, asevera un pescador trayecto Lima-Tumbes. “…La gente recuerda las atrocidades fujimoristas. Hay inseguridad, ella promete mano fuerte. El gringo traerá mucha inversión y trabajo”, añade reclinándose sobre su voto indeciso. “Ella conoce la realidad desde cuando acompañaba a Fujimori en las campañas. Hará comedores populares, eliminará la delincuencia. Kuczynski es gringo. Cuando pasó la primera vuelta fue a Estados Unidos a vender Perú”, asevera el último taxista en la frontera de mi Ecuador.

Muchos están esperanzados en inversiones, progreso, empleo, mano dura, eligiendo la continuidad del modelo que les “garantiza” un ají de gallina diario, como expresó alguno, dándole lo mismo que Alan sea peruano, Keiko no sea Fujimori y el gringo no sea gringo. La crítica social quedó a la deriva, en los votos de Verónica Mendoza, o quizá en unos tacones hambrientos, más fustigantes, enrabiados, que me habrían brindado valiosa información. Casi retrocedo a Lima con noventa soles en la mano. (O)