Los sismos de ayer demostraron que en esta ciudad, que se encuentra en una zona sensible ante movimientos telúricos, no estamos preparados para afrontarlos.

Hay un aspecto técnico relacionado con las construcciones que deben cumplir con ciertas exigencias; su acatamiento debería ser entendido por la población como obligatorio para su protección y no como exigencias burocráticas que se busca burlar. El control de que esas normas se pongan en práctica debería ser ineludible, sin excepción.

Pero se necesita también preparación de la población. Ayer vimos personas que salían de hogares y oficinas, gritando y yendo hacia uno y otro lado, sin saber a dónde dirigirse. Desconocían los lugares identificados como seguros. En las escuelas, el desconcierto era doble: los maestros querían proteger a sus alumnos sin que algunos tuvieran claro cómo hacerlo y los padres desesperados por llegar a buscar a sus hijos. La preparación en los locales escolares debe ser constante, no solo asegurando la parte física de los edificios, sino la actitud que maestros y alumnos deben tener en el momento preciso.

Empecemos ya. No esperemos a que un próximo sismo nos sacuda para volver a pensar en esto. (O)