El tema central es que Rafael Correa ha gobernado solo, en el sentido de que ha prescindido de toda ayuda efectiva, de todo consejo útil y ha hecho lo que mejor le ha parecido a él como individuo, lo que ha traído múltiples yerros pues con los incontables problemas que tiene todo jefe de Estado, querer decidir todo únicamente con su cabeza no es muy razonable, y las pruebas son las penurias por las que atraviesa el país.

Esa falta de equipo, pero de equipo con autonomía porque la autonomía es vital para tomar decisiones sin consultarlo todo, es la causa de la deficiente respuesta gubernamental ante el terremoto, conducta que han venido corrigiendo paulatinamente con el paso del tiempo aunque ni aun hoy, luego de 18 días del siniestro, es satisfactoriamente eficiente. Los últimos cambios en el gabinete con tres nuevos ministros manabitas (dos mujeres y un hombre) son un guiño de ojo a la provincia vapuleada por la naturaleza, una auténtica movida política que no es mala per se, pero que tampoco es indicativa de nada en cuanto al rumbo del régimen y su comportamiento habitual ante los problemas. El cambio de nombres no implica necesariamente el cambio de actitudes que no han sido fructíferas por estar impregnadas de excesivo sectarismo.

No estoy sugiriendo que Rafael Correa gobierne con las ideas de los adversarios porque sería necio proponer una cosa descabellada, sino abrir un debate civilizado, culto, con conocimientos, pidiendo o por lo menos escuchando los aportes del otro, para salir del foso con medidas acertadas sin origen ni destino político interesado.

Tal vez lo que digo o sugiero es una utopía, pero el hombre, por lo menos cuando piensa en la política, no puede vivir sin pequeñas o grandes utopías que alimenten su deseo de seguir luchando por un país mejor, tratando de romper la tradicional desconfianza del ciudadano hacia todo lo que tiene que ver con esa materia que tanto daño ha causado a América Latina por la demagogia y la impreparación.

El Gobierno parece que ha querido dar pasos positivos hacia el encuentro con los particulares en el tema comercial o de negocios, o sea llegar a un entendimiento entre el poder público y la empresa privada, pero son pasos cortos, indecisos, timoratos, que tienen una curiosa mezcla de avances y retrocesos, que no convencen, por ejemplo, ni a sus propios funcionarios del sector, por lo menos a los que tienen una visión clara y están imbuidos de la necesidad imperiosa de que el Ecuador debe llegar a un acuerdo comercial con la Unión Europea, entorpecido, entre otras cosas, por la prolongación de las salvaguardias que impiden un libre flujo comercial al evitar el aumento de las importaciones y dificultar las exportaciones.

Los hechos ocurridos durante los últimos doce meses en Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia y Ecuador son demostraciones claras de que no es posible gobernar menospreciando al contrario ni manejando las instituciones con prepotencia, descontrol y complicidad del Parlamento, ni haciendo gala de un autoritarismo odioso. Es verdad que el típico dictador latinoamericano descrito por García Márquez en El otoño del patriarca o por Alejo Carpentier en El recurso del método o por Roa Bastos en Yo el Supremo o por Vargas Llosa en La fiesta del Chivo ya desapareció, pero dio origen al nuevo autoritarismo, a gobiernos nacidos de las urnas que cooptaron el poder legislativo y que cautivaron a las masas siempre proclives a dejarse engañar. No obstante que esos periodos agonizan, los gobiernos deberían hacer esfuerzos honestos por evitar el naufragio final. (O)