Nunca estuve en un terremoto porque nunca me tocó. Temblores sí, algunos consecuencia de terremotos lejanos pero no tanto. Soy consciente de que escribo para gente que sí lo ha sufrido hace escasos días, con suerte despareja en sus vidas y en sus bienes personales pero con la misma intensidad en la experiencia de una tragedia nacional. Me solidarizo con todos mis hermanos ecuatorianos como lo he hecho en su momento con los que tengo más cerca por conocerlos personalmente o por una amistad de años.

A raíz del terremoto del pasado 16 de abril y de sus miles de réplicas y remezones, me puse a curiosear en la historia: resulta que no hay muchos datos porque tampoco hay registros hace tanto tiempo. El más grande del que se tiene noticia es el de Valdivia del 22 de mayo de 1960 (también se lo conoce como el Gran Terremoto de Chile), que tuvo una magnitud de 9,5 en la escala de Richter. Ya se sabe que la escala de Richter es geométrica: cada grado duplica al anterior y dicen los entendidos que la intensidad de los terremotos se puede calcular por el tiempo que duran y este fue de diez minutos; una eternidad. El mar se retiró dos veces y otras tres volvió en forma de tsunami devastador. En Hawái murieron 61 personas por efecto del maremoto inverso y los muertos de Chile fueron unos 1.600, casi todos ellos por efecto de las olas de hasta diez metros que arrasaron la costa.

Por datos arqueológicos suponen los expertos que el más grande de todos los que haya alguna noticia es el del año 1700 en la costa Oeste de América del Norte. Afectó a lo que hoy es el norte de California hasta Alaska y produjo un impresionante maremoto en el Japón. Ha pasado ya tiempo suficiente como para que las placas tectónicas de esa zona liberen la tensión acumulada durante 216 años y cuanto más tiempo pasa suponen que más bestial será el terremoto. Si lo esperan estarán preparados…

Todo bien o todo mal con los terremotos, pero de eso no es de lo que quiero escribir porque no hay opinión posible sobre un hecho que no podemos manejar: los terremotos ocurren también para que los seres humanos no seamos tan soberbios. De lo que sí quiero escribir es de las oportunidades que surgen a raíz de estas catástrofes, aunque suene un poco tétrico a quienes lo acaban de sufrir, así son las cosas.

Imagine estos eventos como un corte de laboratorio en la vida de las personas. Todos podemos recordar con facilidad lo que hacíamos en el preciso instante del terremoto porque la magnitud del fenómeno nos sorprendió con tal intensidad que evocamos con detalle el momento exacto, tanto que podría tomarse una muestra colectiva para hacer una estadística perfecta de lo que hacían los manabitas y esmeraldeños el sábado 16 de abril a las 18:58 o qué hacen los ecuatorianos con sus vidas los sábados cuando entra la noche. Algunos habrá que estaban en sus casas disfrutando tranquilamente de la tarde-noche del sábado, pero a otros los habrá sorprendido el sismo en casa ajena y quizá de trampa y en calzoncillos. Pero no seamos malpensados: muchos estarían también en la iglesia a esa hora, como ocurrió en el de Haití de 2010: por suerte parece que las iglesias de la zona más afectada han resistido con daños menores. También se me ocurre que algunos aprovechan y se escapan para siempre de sus fantasmas, de los lugares o las compañías con quienes no quieren estar o se hacen humo para que no los persigan los acreedores. Y hasta puede ser que las fuerzas de seguridad blanqueen muertes pendientes, pero no quiero pensar que estas cosas ocurren en el Ecuador...

Lo cierto es que todos los países que han sufrido grandes catástrofes también han aprovechado colectivamente la oportunidad. El Ecuador lo ha demostrado con la solidaridad infinita de los ecuatorianos, que afloró como suele ocurrir en estos casos para desmentir a los detractores del proyecto humano: hay alguna gente mala que por aparecer en las noticias resulta mucha más de la que en realidad es, pero los buenos son la inmensísima mayoría de la población de nuestros países y todos estamos dispuestos a ayudar a nuestros semejantes sin más retribución que la alegría de hacerlo.

Esa fuerza colectiva despierta para mostrarnos cómo realmente somos. Los avaros se vuelven más avaros y los generosos –que son casi todos– dan lo que no tienen. Los egoístas se potencian y los que piensan en los demás también y por suerte les ganan por goleada. Y así en lo que a usted le guste registrar. Y esa misma fuerza es la que despierta ánimos de superación en todo un país que resurge con una fuerza nueva y convierte la crisis en superación. Diría que nos pasa colectivamente lo que a las personas de carne y hueso: las desgracias de la vida nos muestran de lo que somos capaces y nos hacen crecer de golpe. Es lo que estoy seguro pasará en el Ecuador antes de lo que pensamos. (O)

Diría que nos pasa colectivamente lo que a las personas de carne y hueso: las desgracias de la vida nos muestran de lo que somos capaces y nos hacen crecer de golpe.