Es justamente ese instante de luz, esa ilusión de felicidad frente a la tragedia aquello que nos hace humanos, que alimenta la llama de la esperanza entre las tinieblas de la muerte. En El Matal, Manabí, una niña envía al cielo una pompa de jabón. Y de ese gesto, de esa alegría ante el dolor y la pérdida, está construido nuestro país. Y gracias a ella se reconstruirá. En latas de atún surgidas de cada corazón solidario se fundamenta la sociedad civil. Carpas, medicinas y potabilizadores de agua son símbolos de la responsabilidad social y el espíritu fraternal de pobres y ricos, ecuatorianos y extranjeros. De la alegría imposible de borrar de los rostros de los niños, de la esperanza que brilla en las sonrisas, del sacrificio de miles de voluntarios del Ecuador y del mundo que se lanzaron desinteresadamente a la costa a salvar vidas, de esa materia está hecha la humanidad. Como escribe Cesare Pavese: “La única alegría del mundo es comenzar. Es bello vivir porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante”.

Los ecuatorianos que residimos fuera del país seguimos la catástrofe sísmica desde lejos. Entre la angustia y la admiración vimos imágenes de hogares desplomados, fallecidos y salvados, una madre gritando en medio de la noche por su bebé atrapado entre los escombros. Qué hacer ante tantos muertos y heridos, ante las devastadoras pérdidas materiales. En lugar de lamentarnos desde la comodidad del observador pasivo (y crítico, encima más) nos unimos a la euforia solidaria del Ecuador. Desde varios rincones del mundo se ingenian estrategias para aportar.

Conmovida por la calidez y bondad que emanan las imágenes que nos llegan de Ecuador, veo con creciente desagrado lo que sucede acá en el Este de Alemania. Aquí donde tanta gente anda por la vida con cara de velorio, destilando amargura, donde un gesto de solidaridad, ni eso, de cortesía, en las calles o tranvías es un verdadero milagro, donde hay quienes destruyen albergues de refugiados, atacando incluso a niños.

Seguimos desde lejos lo que sucede en nuestro país: Ecuador irradiaba creatividad e iniciativa, solidaridad y responsabilidad social, y entonces tomó la palabra el superpoder: “…tranquilos, el Gobierno los ayudará”. No soy analista económica y no puedo juzgar si las nuevas medidas son sensatas. El sentido común me dice que este tipo de situaciones se tendrían que haber previsto durante los años en que Ecuador vivió una gran bonanza. ¿Por qué no se construyeron carreteras y viviendas antisísmicas? ¿Eran imprescindibles Yachay o la campaña con pésima relación costo/beneficio “All you need is Ecuador” o la Secretaría del Buen Vivir (un presupuesto de “menos de un millón de dólares” no es pelo de cochino), o las eternas sabatinas (todo buen comunicador sabe que la economía del lenguaje es fundamental)? Después de todo, no hay que ser genio para predecir un terremoto en Ecuador, país extravagantemente ubicado no solo en una línea imaginaria sino en un anillo de fuego.

Seres de la imaginación y del fuego como somos, sigamos elevándonos por sobre las circunstancias, sigamos soplando pompas de jabón al cielo con una enorme sonrisa, cultivemos como un jardín la cultura de la solidaridad: sin arrogancia, agradeciendo la oportunidad de ayudar, compartamos nuestra causa, ganemos donantes, seamos ejemplo para nuevas iniciativas, respaldemos (sin hacerles la competencia) a quienes trabajen eficientemente para ayudar a la reconstrucción del país. Que la unión y la solidaridad no sean un chispazo de pasión que nos dure una semana, que dure toda la vida, como el verdadero amor. Documentemos sin poses los servicios que prestemos, vivimos en un mundo donde ya no es prerrogativa del Estado y los millonarios el salir en los medios y poner placas en “sus” obras, hoy todos podemos enviar al mundo mensajes de fraternidad. Y no olvidemos este brillante pensamiento de Marta María Lasso: “Otra lección que aprender de este fuerte golpe para el país podría ser que el Estado no tiene por qué ser tan protagónico. Que la gente se puede organizar y gestar grandes cambios sin la necesidad de una cabeza directiva. Que el Gobierno tendría que asistir a los civiles en sus iniciativas de transformación y que las cosas cambian en la medida en que haya compromiso de toda la sociedad. No hace falta esperar, como nos había entrenado a hacerlo el modelo paternalista, a que todo llegue desde arriba. Las soluciones llegan de todas las regiones y estratos y nacen en el núcleo de la sociedad que es el individuo y su necesidad de actuar en beneficio de la comunidad. Pensábamos que no teníamos identidad y resulta que nos definen características puntuales como la solidaridad…”. (O)