El encuentro de la Alianza de Civilizaciones, de las Naciones Unidas, celebrado entre el 25 y 27 de abril en Baku, capital de Azerbaiyán, con el lema ‘Sociedades inclusivas: un desafío y una meta’, movilizó a muchas personas a través del mundo.

Hubo una enorme presencia de jóvenes, avasalladores, alegres, seguros de que tienen el mundo en sus manos para cambiarlo. Su entusiasmo desbordante rompía los moldes diplomáticos, un poco fríos y distantes, de las delegaciones oficiales, que tienden a no provocar olas con sus discursos y su lenguaje. Los jóvenes pusieron un ambiente festivo, comprometido y demandante. Fue una bocanada de aire fresco en la ciudad del viento y del fuego.

A muchos nos llevó a conocer un mundo distinto, ignorado, a veces temido, poblado de gente amable, con una capital moderna en pleno auge de construcciones, que el bajo precio del petróleo, principal recurso del país, ha vuelto un poco más lento.

Una mezcla de culturas en que conviven diversidad de religiones, vestimentas, con evidentes influencias rusas y turcas, una gastronomía exquisita y variada, Baku mira al mar Caspio, orgullosamente rodeada de bellos parques. La amplia avenida que lo abraza tiene pasajes subterráneos para que los peatones atraviesen las calles, manteniendo un tránsito ágil y veloz.

El conflicto que mantiene con Armenia era un telón de fondo, sordo y amenazante.

Estaban presentes 1.400 personas de 146 países diferentes, se dieron 40 debates distintos y hablaron 70 jefes de delegaciones. La presencia masiva de personas de Azerbaiyán y países vecinos en los plenarios y en los debates puso la nota ciudadana importante para el país. Fue un encuentro en que no solo fueron excelentes anfitriones, sino interesados participantes. Los sistemas de seguridad eran omnipresentes, visibles e invisibles.

Para mí uno de los momentos más emblemáticos y conmovedores del encuentro fue cuando tomó la palabra Osamah Abed el Moshen, el ciudadano sirio que fue pateado por una reportera húngara cuando intentaba en compañía de su hijo menor, huyendo del Estado Islámico, pasar una barrera de alambradas en septiembre del 2015. La foto recorrió el mundo. Ver el documental que recordaba el hecho y estar sentada a su lado en la mesa de debate que compartíamos, acompañado de su hijo, me conmovió profundamente. Actualmente está refugiado en España y trabaja como entrenador de fútbol en las divisiones de 16-18 años.

Escuchar a una mujer musulmana envuelta en ropajes negros, que intentaba cubrirse la cara pero no podía porque de lo contrario no lográbamos oírla, hablar del respeto a las diferentes religiones y la necesidad de unión de las mujeres no importa cual fuera su credo en aras a un trabajo conjunto por la paz, fue otro momento clave que superaba en simbolismo a los discursos oficiales.

Hay mucho que transmitir de ese encuentro que todavía está decantándose en la experiencia de cada uno de los que tuvimos el privilegio de participar.

El trabajo por la paz está todavía abriéndose paso en la conciencia colectiva de la humanidad.

El tema de la paz, la convivencia, el respeto, la inclusión de todos es aún fermental.

Veamos lo que pasa a nuestro alrededor y en el mundo con candidatos presidenciales que hacen gala de xenofobia y migrantes rechazados de casi todas partes. Con guerras en nombre de Dios e inequidades abrumadoras.

Pero algo está germinando, silenciosamente, con todo el empuje de la sociedad civil y de los jóvenes que apuestan a la diversidad y al diálogo.

Nacerá, otro mundo nacerá. (O)