A esta altura de las cosas en Venezuela solo queda sospechar gravemente sobre el estado mental del chavismo personificado en Maduro. Las calles gritan la necesidad de cambio de un aparato productivo incapaz de alimentar a todos... incluido a los leales del régimen. Sin embargo, el Gobierno se empecina en crear adversarios fuera de su propia corrupción e incapacidad que ha llevado a miles de venezolanos a expresar su repudio callejero al régimen. El daño que le están causando a ese país es tan inmenso que probablemente se lleve un par de generaciones en el camino. El estómago será el último escenario de batalla de un régimen devenido en inmoral con sus propias raíces. Las cosas ya no dan para más y no es suficiente con cebarse con los adversarios de ocasión. En este momento Venezuela tiene más presos políticos que Cuba, y eso ya es mucho decir.

Las instituciones no pueden sostener en estas condiciones al Gobierno y al pueblo no le queda otra que librar las batallas en las calles, primero para liberar a sus presos y luego para levantarse contra un régimen oprobioso que acabó con cualquier ilusión democrática. La situación es tan delicada y compleja que el propio papa Francisco ha decidido escribirle una carta a Maduro, en la que procura volver racional una situación absolutamente escapada de las manos de un gobierno al que ni la nostalgia de los buenos precios del petróleo le alcanzan en estos tiempos de necesidad y de cambio.

Nada afecta la vida de un país más gravemente que circunstancias tan claras como las que vive Venezuela y que se muestran en situaciones similares en otros países latinoamericanos que deben sobrevivir a unas mascaradas de democracia que postergan el desarrollo de sus pueblos. Así como se ha perdido mucho cuando los precios de las materias primas estuvieron por el cielo, hoy deben administrar precios bajos, corrupción, autoritarismo y los gritos de una sociedad que ha llegado al nivel del hartazgo al punto de querer resolver la situación por la vía de la fuerza.

Dilma entendió el mensaje. Sabe que está perdida y hoy negocia una renuncia con una convocatoria a elecciones anticipadas. Su margen de maniobra es tan pequeño que no tiene espacio para volcar a su favor unas circunstancias que llegaron a ese punto por su incompetencia y corrupción. En los entornos presidenciales no abundan en estos tiempos las voces inteligentes que permitan el menor daño a una sociedad fuertemente golpeada por gobiernos corruptos e incompetentes, como los que hemos padecido en los últimos años. Tuvieron todo pero lo perdieron... todo. Han cerrado todas las ventajas y puertas del Palacio para que no lleguen los gritos de la calle. Ciegos y sordos ante la manifestación ciudadana se tornaron ebrios de poder para solo prolongar la agonía de la sociedad a la que gobernaban. ¿Qué salida pueden tener Dilma o Maduro? La única: marcharse tan pronto como puedan para evitar un daño mayor al país que gobiernan.

Se acabó la fiesta del poder irracional y es hora de entender los mensajes que envía la gente. Desabastecimiento, necesidad, hambre, hospitales sin medios y, en esa locura, gobiernos irracionales que tratan de evitar lo que se viene pegando los últimos manotazos de ahogado. El hambre de la gente no se tapa con la irracionalidad de los actos de gobierno.

Deben irse por el bien de sus países. (O)

Las instituciones no pueden sostener en estas condiciones al Gobierno y al pueblo no le queda otra que librar las batallas en las calles, primero para liberar a sus presos y luego para levantarse contra un régimen oprobioso que acabó con cualquier ilusión democrática.