Hace un par de semanas, en una aeronave de American que volaba de Buenos Aires a Miami se armó un escándalo en la clase ejecutiva. Un par de pasajeros reconoció que entre ellos se encontraba nada menos que Carlos Zannini, quien por años ha sido la mano derecha de la expresidenta argentina Cristina Fernández. En un santiamén más de una docena de pasajeros dejaron sus asientos y rodearon a Zannini, para gritarle cosas como “ladrón”, “ratero”, “sinvergüenza”, “devuelve el dinero”, “que lo boten del avión”, etc. A Zannini no le quedó más que soportar estoicamente el escrache. La escena fue filmada y es fácil encontrarla en las redes sociales. Días antes a este episodio, Zannini pasó un similar bochorno cuando fue reconocido en el estadio de Boca durante un partido de fútbol.

A medida que avanzan las investigaciones sobre el impresionante entramado de corrupción que organizaron los esposos Kirchner durante sus doce años de gobierno, la sociedad civil argentina se ha vuelto implacable. Los jueces y fiscales a cargo de las múltiples denuncias están en la mira de una ciudadanía cada día más impaciente. Contrario a lo que sucede en nuestro país, en el sistema argentino, como en muchas naciones, las investigaciones de actos de corrupción pública no pueden mantenerse escondidas del público.

Si bien el escrache es una práctica injustificable, lo cierto es que la sanción moral que recibió Zannini es el síntoma de una sociedad que no soporta ver a los funcionarios del kirchnerismo muy campantes asistiendo a estadios o viajando en avión como si nada, después de haberse feriado y despilfarrado sus impuestos.

Se comprende entonces el miedo que le tienen los dictadores al concepto de sociedad civil. El que cada ciudadano se convierta en un político activo –la cara aspiración de los griegos– constituye efectivamente una amenaza a los detentadores del poder estatal, a la indolente burocracia y los jueces corruptos. Lo que sí resulta incomprensible es que a un dictador se le ocurra ir nada menos que al Vaticano a atacar a la sociedad civil.

Las pesquisas cada día van acercándose más a Cristina. Varias son las causas en las que ella ha sido ya imputada. En la última lo han incluido a su hijo, Máximo. Una de estas causas fue inclusive abierta cuando ella aún gobernaba. Los cargos incluyen lavado de dinero, falsificación de documentos públicos, enriquecimiento ilícito, omisión en declaraciones jurada, etc. Algunos personajes de su círculo íntimo están ya en la cárcel. Los fiscales han ido develando todo un andamiaje ideado por Néstor Kirchner para succionar cientos de millones de dólares del erario público.

Resulta incomprensible por ello que exista en suelo ecuatoriano, concretamente en las afueras de ese elefante blanco de Unasur, una estatua de Néstor Kirchner. Es como si se le estuviera rindiendo homenaje a la corrupción, y llamando a seguir su ejemplo. Los ecuatorianos no merecemos semejante ofensa. Esa estatua debería ser removida, y que su millonaria viuda se la lleve a su casa. (O)