Un estudio realizado en la Universidad de Cornell explica, con sólida argumentación, por qué la gente tiende a sobreestimar sus propias capacidades. Esto se debería a que la insuficiente competencia en determinada destreza afecta en doble sentido, por una parte, lleva a sacar conclusiones equivocadas y hacer elecciones desafortunadas, y por otra, quita la habilidad metacognitiva de evaluar errores y fracasos. Se ha establecido estadísticamente que los estudiantes que fallaron en un examen piensan que les fue bien en mucha mayor proporción que los que efectivamente aprobaron. Los más diestros y preparados no solo lo hacen mejor, sino que también saben juzgar si pueden o no afrontar determinado problema y si fallaron al intentar resolverlo. Esta tendencia ya fue observada por Charles Darwin, quien sentenció: “La ignorancia genera más confianza que el conocimiento”. Esta capacidad autocrítica de los capaces se vuelve contra ellos, pues mientras dudaban sobre si podrán o no asumir cierta tarea, se adelantó cualquier incapaz con “la autoestima alta” y se le habrá asignado esa responsabilidad con la consiguiente desastrosa gestión.

La lectura de este informe de los investigadores Justin Kruger y David Dunning me recordó una reflexión que hace Jorge Enrique Adoum en su novela Entre Marx y una mujer desnuda. Decía que hay que tener cuidado con las mujeres hermosas, porque suelen estar acompañadas de hombres tontos. Esto se debería a que los inteligentes suelen ser críticos, como lo comprueban con estadísticas Kruger y Dunning, y piensan que una beldad no se fijará en ellos porque no son tan guapos como Tom Cruise, ni tan ricos ni como Bill Gates, ni tan famosos como Mario Vargas Llosa. Los tontos no se hacen esas reflexiones y atacan sin más... ¡y tienen éxito! Según el novelista, esas mujeres bellas no querían un genio, ni un magnate, ni una celebridad, sino un hombre, nada más, y eso les proponen los limitaditos que las consiguen.

Probablemente en política se produzcan fenómenos muy semejantes. El efecto Kruger-Dunning hace que personas muy valiosas y capacitadas se inhiban de proponerse para asumir altas responsabilidades públicas. Son conscientes de sus falencias y no se arriesgan a fracasar. Entonces aparecen oportunistas y charlatanes dispuestos a correr el riesgo, “si sale, sale” es su reflexión. Como resulta que el nivel de crítica de las masas es bajo siempre y en todos los países, se concede el poder a quien más autosuficiente y confiado parece. Y también por razones biológicas se explica la preferencia por los caudillos asertivos. Cuando los humanos eran apenas más inteligentes que sus depredadores, era más útil una decisión rápida que una bien pensada. Las cosas ya no son así desde que bajamos de los árboles, los estados modernos requieren de procedimientos de cuidadoso análisis racional, pero conservamos la tendencia atávica a confiar en quien nos da respuestas claras e inmediatas. Desgraciadamente esto dista mucho de ser lo más conveniente en una sociedad evolucionada. A los ecuatorianos el destino nos está haciendo entender a palos estas verdades. (O)