El río de la política nacional se revolvió con el terremoto y, como se sabe, en río revuelto puede haber ganadores. Por supuesto, hay otros que pierden porque en aguas turbulentas los peces pueden escurrirse. El Gobierno, o más precisamente el líder, gran conocedor de estos avatares, quiere evitar que la agitación de las aguas le perjudique en su intención de perpetuarse. Por ello, se dice que ahora ha barajado nuevamente las cartas y que está seriamente repensando las candidaturas presidenciales. Si antes del sismo existían algunas dudas sobre la capacidad de los dos posibles candidatos para asegurar la continuidad, la catástrofe se habría encargado de despejarlas. Ahora ya no son dudas, está plenamente confirmado que con ninguno de ellos podrían ir a alguna parte. La ineficiencia mostrada por la comparsa gubernamental, especialmente en las primeras horas, habría instalado en las altas esferas la convicción de que solo puede haber un candidato posible para hacer realidad el sueño original de los trescientos años.

Desde hace mucho tiempo se ha venido sosteniendo que, al tener gerente-propietario, la revolución ciudadana está atada al espíritu, al cuerpo, a la palabra, a las acciones y a la imagen del líder único e inapelable. Los últimos hechos han demostrado que esa fórmula tiene más validez que nunca y que la RC pasaría al rincón de los recuerdos si RC no estuviera a la cabeza. Quienes mejor lo saben, porque lo palpan desde adentro, son los propios partidarios que ven con desesperación la ineptitud de quienes están en la línea de partida para sustituirlo. Por ello, el entorno más cercano debe haberse llenado de optimismo con la oportunísima respuesta de la Corte Constitucional al pedido de un par de funcionarias políticas (las de Ay Pame) para impulsar la consulta que permita la reelección inmediata. Solo falta que la misma Corte expida otro comunicado diciendo que no es necesaria la consulta ya que la transitoria que le impide reelegirse es inconstitucional. Así, la tranquilidad habrá retornado a las líneas altivas y soberanas.

Pero, aunque las primeras horas después del terremoto demostraron que el líder es insustituible –sin él ni siquiera fueron capaces de hacer un anuncio tranquilizador por la radio–, lo que vino después puso en evidencia que tampoco él estaba a la altura de las circunstancias. Fregar pisos o trasladar paquetes de un camión a un helicóptero, son acciones que valen para la foto o el vídeo y dan la razón a quienes lo califican de populista. Sus intentos de poner orden enfrentando directamente a personas que manifestaban su desesperación, mostraron nítidamente cómo la vocación autoritaria se impone a la racionalidad que se requiere para esos momentos.

Cada día que pasa se hacen más evidentes las secuelas políticas del terremoto. Con la economía que ya venía a la baja, con las torpezas en el manejo de la emergencia, sin sucesores que puedan asegurar el triunfo electoral y mucho menos gobernar, con un liderazgo que se desgasta en cada toma televisiva, el correísmo se despide. Será un adiós largo. (O)