Acabo de regresar de la Feria Internacional del Libro de Bogotá –Filbo, en su sigla– y entre las muchas impresiones que me produjo su monumentalidad, recojo una: la masiva asistencia juvenil. ¿Acaso iban llamados por algún escritor de destacada trayectoria?, ¿por algún título señero que, como en la época de la saga de Harry Potter, instara a los potenciales lectores a esperar los calientes ejemplares a la puerta de las librerías?

No, iban detrás del youtuber de turno. El chileno Germán Garmendia abarrotó las instalaciones al punto de que tuvieron que suspender la venta de entradas por motivos de seguridad y una voz, desde los parlantes, se pasó la tarde insistiendo en evitar las aglomeraciones para que la gente circulara por los 151 mil metros de la feria. ¿Qué hace ese joven en su canal de YouTube para colmar de esa forma los gustos de los adolescentes? Habla de manera frenética sobre un tema cotidiano, pone los ojos de zombi, mueve el rostro en toda clase de morisquetas, afirma y duda sobre lo que afirma evitando caer en afirmaciones rotundas. Por ejemplo, “los padres hacen una forma de bullying sin querer… creo” o suavizando las denuncias, porque al fin y al cabo ni en redes se puede decir todo.

Lo cierto es que ni Cees Nooteboom, el escritor que comanda la delegación de Holanda, país invitado, ni Fernando Vallejo, la estrella de los exabruptos políticos, atrae tanto como ese Germán que llegó a Bogotá a presentar un libro de nombre muy curioso: Chupaelperro, expresión inventada por él mismo que quiere decir adiós, vete a otro lado. Dice la hablilla pública que el youtuber no es el autor sino que alguien olfateó la oportunidad de vender un libro más y contó en primera persona los avatares de un joven muy de nuestro tiempo.

Y aquí estamos, frente a este fenómeno mediático imparable que crea escritores que no lo son, que multiplica interesados que hicieron infinitas filas por una firma de su ídolo, cuando nada asegura que esos jovenzuelos atraídos vayan a convertirse en lectores, que es adonde apuntan todas las campañas de lecturas, todas las ansiedades de los maestros y de los padres de familia que todavía creen en el poder educador de la lectura.

Algún columnista se planteaba qué le deparan a la literatura estos estallidos de parte de gente que no tiene en sus venas la sangre literaria, que llega al libro como podría haber llegado al suvenir, al jarrito con un logo, a la calcomanía para el carro. ¿Será esa especie menor del youtuber, el booktuber convertido oportunistamente en escritor, el que llevará al descubrimiento de los placeres y las luces de esa actividad por la que tanto luchamos?

¿Acaso la intervención de los editores se hace cada vez más decisiva a la hora de contar con productos impresos o detrás de algunos de ellos laten “creadores” de falsos escritores con el solo propósito de vender? Por eso planteo la dicotomía entre aliados y opositores. La verdadera literatura necesita hoy más que nunca de aliados que permitan la expansión de un hábito indiscutiblemente positivo, el de leer, por eso el libro requiere del apoyo de los medios y de las redes sociales. Pero no tiene buen perfil que un vociferante ocasional le reste y no le sume al mundo de los libros.(O)