Una vez demostrado que el excelentísimo señor presidente de la República y su trupé no necesitan latas de atún para reconstruir las carreteras, dos de sus más fervientes admiradoras ganan terreno en la misión de emplear su fórmula mágica que le permita perpetuarse en el poder.

¿Cabe mayor devoción? Pronto, el más vehemente empeño se pondrá en parar las tarimas (probablemente algunas también afectadas por el sismo) para que sobre ellas se encaramen elencos musicales que cantarán cumbias, sanjuanitos y bachatas entonados con el estribillo de “Rafael contigo siempre”.

Los grupos organizados para repartir alimentos, medicinas, carpas y vituallas y que, debido a la presencia del excelentísimo señor presidente de la República, han quedado en la desocupación, deberán volver a chantarse cascos, chalecos y botas de caucho para recorrer el país en la tarea de recoger las novecientas mil firmas que se requieren para que Rafael no nos abandone nunca y nunca, tampoco, deje de estar junto a nosotros para salvarnos no solo de cualquier hecatombe telúrica, sino también de los terremotos económicos que comenzaron cuando bajó el precio del petróleo y Rafael, con nosotros siempre, se transmutó de jaguar en gato despensero.

Emociona hasta las lágrimas la fe de esas muchachas que, con beatífica actitud, han puesto todo su esfuerzo para conseguir que el período para el que fue elegido el excelentísimo señor presidente de la República no tenga fin. Y es que –se preguntarán ellas juntando sus manecitas en actitud de súplica–, ¿quién puede sustituir a Rafael, sino el mismo Rafael? ¿Quién es más capaz, más preparado, más enérgico, más dulce, más sabio que él? ¿Quién conoce más de economía, de filosofía, de fútbol, de comida, que él? ¿Y de música? ¿Y de boy scoutismo? ¿Quién maneja las cifras como él? ¿Quién tiene la personalidad, la fuerza, la energía para amenazar con la cárcel a cualquier infeliz que clama por agua, que llora por su casa destruida, si no él?

¡Ay Pame!, respondió el excelentísimo señor presidente de la República cuando su fanática admiradora le comunicó que ella haría todo lo que estuviera a su alcance para lograr su propósito: que no deje el cargo. Y, con su clara visión de estadista, con su potestad de avizorar el futuro, añadió una frase que –si no fuera porque los hechos no concuerdan– bien hubiera podido ser usada ahora como una prueba que se revierte en contra de la muchacha: “Las jóvenes como tú son capaces de mover montañas”.

Y es que Pame sabe que si se cumple el ofrecimiento del excelentísimo señor presidente de la República de ir a hibernar en Bélgica apenas acabe su mandato, la patria quedará desguarnecida, librada a la suerte de aquellos que quieren destruirla y borrar a quien es su fundador. Antes que llegara él, este era un país que ni siquiera tenía carreteras, ni puentes, ni aeropuertos, ni escuelas, ni fuerzas armadas, ni hospitales. Era un país –¡ay Pame!– sin historia.

Sin muchachas tan imaginativas como Pame corremos el riesgo de que el grito de ¡Fuera, Correa, fuera!, que volverá más temprano que tarde a retumbar en las calles, no tenga su respuesta desde las tarimas de la Plaza Grande, donde el estribillo de “Rafael, contigo siempre” acompañará la despedida de una larga y oprobiosa dictadura. (O)