“Las carreteras no se reparan con atún”: ya nos habíamos percatado. “Pero las carreteras y las hidroeléctricas no son comestibles”: también lo habíamos notado, arrastrados hacia la misma lógica, menesterosa de tacto y abstracción. La catástrofe reciente ratifica que las estructuras arquitectónicas inconsistentes colapsan con un terremoto. La misma catástrofe ratifica que las estructuras subjetivas, sociales, políticas e institucionales suelen ser rígidas y difíciles de cambiar, pero también se desploman a veces. Las inmediatas escaramuzas “pros versus contras” después de la tragedia, a partir de exabruptos, declaraciones y decisiones gubernamentales, muestran aquello que no ha cambiado: nuestra adicción al conflicto disfrazada de actividad política. Si el traumático real de un terremoto no sirve para reflexionar y rectificar, ¿qué más necesitamos para cuestionarnos aquello que nos mantiene en el furgón de cola mundial?

Trauma y duelo. Aquella noche cambió irreversiblemente la vida para un millón de ecuatorianos. Nada será igual, aunque se superen de la experiencia. Lo traumático es el real inapalabrable que aparece sin aviso, desbordando las defensas y capacidad de simbolización de los sujetos. El duelo es el proceso necesario de elaboración de cualquier pérdida significativa. Trauma y duelo se trabajan mediante el despliegue de la palabra de dolientes y traumatizados. Incitarlos a decir y escucharlos, en lugar de saturarlos con clichés y lugares comunes para tranquilizarnos y exculparnos a nosotros mismos más que a ellos. Que no se ahogue la palabra de nuestros hermanos con amenazas disciplinarias. Ni con un camión de antidepresivos y ansiolíticos, como lo sugirió hace años un colega bisoño en el desastre de La Josefina.

Solidaridad y duelo. El duelo se elabora mejor donde se conservan los viejos ritos de acompañamiento social con la participación de los amigos del doliente, según Darian Leader, psicoanalista británico de origen estadounidense. La preservación del tejido social contra los duelos estancados y las melancolías. Que la solidaridad no se quede en las primeras reacciones y donativos; que prosiga y evolucione hacia otras formas de ayuda futura. Esto atravesará por diferentes etapas con el acompañamiento de escucha y la ayuda material por tiempo indefinido. La ayuda del Estado y de la sociedad civil que no compite ni se confunde con la estatal. Transmito la sugerencia del “Plan Padrino” de un lector compatriota residente afuera: que cada familia con posibilidades “apadrine” a una familia damnificada hasta que pueda sola.

Narcisismo y más narcisismo. No hay pérdida ni duelo para quienes no están concernidos por la tragedia colectiva, porque ella es apenas un retraso temporal en un proyecto existencial centrado en sí mismos. Por tanto, ni aprendizaje ni experiencia: nada que cambiar. Nada cambiará para quienes ven la realidad exclusivamente en términos autorreferenciales; para quienes aman escucharse a sí mismos y callar a los demás; para quienes sacaron millones de dólares hacia paraísos fiscales en el Caribe, Suiza, Estados Unidos o Países Bajos después de lucrar durante años en esta tierra; para los troles y tuiteros cobardes que insultan a las voluntarias; para los que se creen perfectos y quieren cambiar a los demás; para los presidenciables oportunistas; para los saqueadores imperdonables y demás irremediables.

¿Qué ha cambiado aquí desde la noche del 16 de abril de 2016?(O)