El país está conmovido con las imágenes del terremoto del 16 de abril, pero la visita a los lugares destruidos en Manabí es más sobrecogedora aún. Es una mezcla de impotencia, frustración y desconsuelo ante el poder devastador de la naturaleza. En cuestión de un fatídico minuto, la vida de Manabí centro-norte y el sur de Esmeraldas dio un vuelco de la cotidianidad al desconcierto y drama.

Una de las características de estas catástrofes telúricas en los países en vías de desarrollo es que ponen al descubierto una pobreza que ha estado oculta. Es común que la mayor parte de víctimas, deudos o damnificados pertenezcan al estrato popular, lo que obedece a las deficiencias constructivas de su hábitat.

Así mismo no están preparados para responder a un desastre de características colosales, por la limitación de medios y una organización asistencial que suele quedar totalmente desbordada.

Pese a ello, la respuesta de los gobiernos nacional y local, como de Fuerzas Armadas, Policía Nacional, bomberos, rescatistas, etc., ha tenido la nota destacable de mucha entrega y sacrificio para tratar de paliar la devastación y el sufrimiento ajeno. Lo propio decir de los municipios de Quito y Guayaquil, de la Iglesia católica, de empresas y ciudadanos que ejemplarmente han brindado su aporte a la crisis humanitaria.

Mientras la emergencia se continúa atendiendo, hay que pensar en la reconstrucción a futuro.

En el barrio Tarqui de Manta hay 16 hoteles y residenciales que han quedado destruidos, lo que limita la oferta de servicios turísticos que es parte fundamental de la actividad económica del puerto. Es necesario disponer de líneas de crédito especiales para impulsar su reedificación.

Destacar que en las serpenteantes colas que se forman en este populoso sector para recibir agua y alimentos, se mezclan los damnificados del terremoto con los de la crisis económica, que ante la falta de empleo e ingresos encuentran una oportunidad de alimentación gratuita; muchos provienen de localidades cuya afectación resultó menor.

El centro de Portoviejo, que es emporio comercial, es una gigantesca ruina. ¿Qué va a pasar con pequeños y medianos negocios que se han derrumbado? Obviamente el empresario no podrá cumplir con sus proveedores, tampoco saldar oportunamente un préstamo bancario. Agravando la situación tiene que abonar sueldos a sus empleados y al tiempo cumplir con aportaciones tributarias y al IESS. Por tal motivo urge procurar soluciones imaginativas a la cadena de pagos.

En Chile, que es el país con más experiencia en la región en estos desastres, se acostumbra a construir guarderías infantiles para permitir que los padres puedan buscar algún medio de sustento, sin el estrés de tener que ocuparse de sus niños.

Ante la necesidad de recursos económicos, el Gobierno ha anunciado un nuevo paquete tributario, cuyo móvil no se va a controvertir aunque sí su previsible resultado de agravar la recesión económica por el efecto de mayor caída de la demanda y el consumo.

La queja de que se impone un nuevo sacrificio a la ciudadanía, sin que en contrapartida el sector oficial haga lo propio, es justa.

Lo sobresaliente de la tragedia es que por un momento el Ecuador ha realizado la importancia de la unidad. Un sentir perdido que debe ser parte del rescate.(O)