Al inicio de la temporada electoral, las perspectivas eran que los estadounidenses fueran a escoger entre los portaestandartes de dos dinastías: la demócrata, con Hillary Clinton, y la republicana, con Jeb Bush. Los Clinton y Bush se turnaron el gobierno durante veinte años, entre 1988 y 2008. Algo insólito en una democracia: políticas dinásticas en ambos partidos.

Pero la sorpresa de inicio de campaña es que el electorado rechaza a los “políticos de siempre”. Hay un descontento con el rumbo que lleva Estados Unidos, en particular por el estancamiento del nivel de vida de clase media y trabajadora, la inmigración masiva, el abandono de la familia heterosexual como base de la sociedad. A estas alturas, no hay certeza de quiénes serán los candidatos que se enfrenten en noviembre.

Hillary, se suponía, ganaba fácil la investidura demócrata, luego de su estrecha derrota ante Obama en 2008. Su único rival es el senador del pequeño estado norteño de Vermont, Bernie Sanders, de 74 años, autoproclamado socialista, lo que en Estados Unidos es mala palabra, y quien en realidad es socialdemócrata, concepto desconocido para el gran electorado estadounidense. Pero Sanders alcanzó un casi empate en Iowa y derrotó ampliamente a Hillary en Nuevo Hampshire, los primeros estados en tener primarias. Sanders goza del apoyo entusiasta de los jóvenes y cuenta con mayores simpatías con todos los grupos etarios, excepto los mayores de 65. Hillary espera captar masivamente el voto afro e hispanoamericano, sigue siendo favorita, pero no segura ganadora.

Jeb Bush enfrenta a más rivales, y a pesar de tener la campaña mejor financiada, no ha logrado destacar. El partido republicano es muy conservador, y Bush se ubica entre los moderados de esa tendencia. Pero quien ha dominado la campaña es Donald Trump, el conocido magnate cuyo mejor negocio es alquilar su nombre como marca y quien no ha sido un republicano de trayectoria. Lleva una campaña del estilo de la extrema derecha europea: xenofóbica y chauvinista. Ha pegado entre blancos de situación social baja y medio baja que ven que cada vez el país es menos blanco y cristiano. Para horror de la directiva del partido, Trump, luego de trastabillar en Iowa, gana ampliamente en Nuevo Hampshire y es favorito de las encuestas.

Pero para la dirigencia republicana peor es Ted Cruz, el cubano-americano que ganó en Iowa, portaestandarte de la extrema derecha estadounidense, que no cree en seguridad social, impuestos progresivos, inversión social, o separación de Iglesia y Estado.

Bush ni siquiera ha logrado destacarse entre los conservadores moderados, y está en un empate técnico con Marco Rubio, otro cubano-americano, y John Kasich. Se espera que de entre estos tres surja uno que pelee la nominación con Trump y Cruz.

Hillary le ganaría a Trump o Cruz, demasiado a la derecha del electorado nacional. Bush, Rubio o Kasich le ganarían a Sanders: el país está lejos de optar por la socialdemocracia. Pero si la elección es entre Sanders y Trump o Cruz, nada está dicho. El centro no estaría representado y quizá surgiría un independiente como tercer postulante. El exalcalde de Nueva York Bloomberg ya se ha insinuado. (O)