Cuando el cerebro, la inteligencia, la razón, la sensatez, no funcionan en la toma de decisiones responsables, tenemos las decisiones viscerales, es decir, aquellas que se toman en función de los jugos de las vísceras; decisiones obnubiladas, que pueden causar verdaderas hecatombes, según la categoría del actor visceral. Un gobernante visceral puede poner en riesgo la supervivencia misma de una nación, la estabilidad y paz de una sociedad, como la vigencia de sus instituciones. En este sentido, considero que la disposición de restar $ 41 millones del patrimonio del Issfa y de cesar al Comando Conjunto de las FF.AA. caen en el campo de la visceralidad, porque pisotean normas, principios, procesos y causalidades; no tienen valor legal, aunque sí dictatorial, si esos van a ser los parámetros de lo que falta de este régimen.

Los bienes del Issfa son bienes propios, como señala su ley, por tanto distintos a los del fisco, y cualquier jurista de mediana comprensión sabe que no son bienes públicos, y en una transacción no están sujetos a condiciones y limitaciones de los bienes públicos, por ello es clamoroso el informe de la Procuraduría del Estado, que ha llevado al desate visceral. Pero los actos han sido consumados y las tensiones crecen imparables porque no son hechos aislados, sino sistemáticos, que obedecen a un fin que no alcanzamos a descifrar por lo descabellado que se presenta. En todo caso, si se pretende un autoderrocamiento como salida a la crisis causada por el más grande derroche clientelar de la vida republicana, no hay que caer en la trampa, porque no se merecen el honor del derrocamiento, sino la vergüenza histórica de irse por sus propias decisiones viscerales. (O)

Mauro Terán Cevallos, Quito