He tenido la suerte de transitar por la ahora denominada Ruta del Spondylus desde hace más de tres décadas y hoy veo con preocupación la proliferación de “restaurantes” o pequeñas construcciones de madera y caña, otras de hormigón, que invaden literalmente las playas.

Al norte de San Pablo, en la linda recta que nos lleva hasta Pacoa, hay ya varios kilómetros de estas construcciones, al igual que al final de Playa Brujas, antes de entrar a Libertador Bolívar. Montañita está plagada de ellos.

No solo preocupa la escasa salubridad de los establecimientos, también su dudosa recolección de desechos, sus precarios servicios higiénicos (si los tienen), el ¿tratamiento? de sus aguas servidas y el hecho de que no hay autoridad que autorice y controle su funcionamiento.

Hay más en la lista: instalaciones eléctricas precarias, escasos medidores de consumo, ¿medidas contra incendios?, ni hablar. Simplemente aparecen más y más. Esperamos que tome asunto alguna autoridad que cumpla con su deber regulatorio antes que debamos lamentar alguna tragedia. (O)

Eduardo Peña Hurtado, Guayaquil