Si pusiéramos a la democracia en un diván, la conclusión del observador sería que ella sufre de esos dos elementos que en el imaginario de la gente representan: falta de oportunidades. Lo que hemos visto hasta ahora ha sido muy poco y cuando se saltan cifras, como que durante la abundancia del petróleo y el gobierno de Chávez, en Venezuela se robaron 300 mil millones de dólares, conformarnos con frustración y ansiedad parece demasiado poco ante el tamaño de la corrupción. Si a eso sumamos los de Brasil, Argentina –por citar solo algunos– vemos que el ciudadano tiene hoy la sensación de que no tenemos remedio como sociedad. Sin embargo, es solo en ese estadio que los pueblos cambian. No somos una sociedad racional ni mucho menos, operamos en función de sentimientos donde el nivel de tolerancia hacia el líder desafortunadamente es mayor que el deseado.

Las instituciones han sido arrasadas, por lo que quedará reconstruirlas desde el cimiento. Toda referencia a que los hombres pasan, pero ellas quedan… no se aplica a la realidad que vivimos. Habría que agregar que las instituciones quedan arrasadas y sus administradores disfrutando el dinero robado en cantidades oprobiosas. Por eso no en balde se define a la corrupción como “echar a perder...”: oportunidades, tiempo, generaciones completas. ¿Se imaginan qué podría hacerse con 300 mil millones de dólares? “¿Qué tipo de país con esos recursos, en manos de gente honesta, proba, diligente y por sobre todo patriota podríamos levantar? De ahí que es condenable desde todo punto de vista esta cáfila que nos ha gobernado por mucho tiempo. Es importante que la frustración ciudadana permita dentro del sistema democrático buscar las vías de alternancia a una realidad que de lo contrario puede llevar a denostar y rechazar contra el “menos malo de los sistemas políticos conocidos”. Hay un malestar en la democracia que puede concluir en una reacción contra ella.

Es también cuando surgen líderes visionarios, partidos políticos que logran entender esos niveles de frustración y de ansiedad y sacan sus países adelante. El tiempo de convocatoria a esos talentos es hoy más que nunca un llamado de urgencia a los mejores, a los que desean que la patria no se desperdicie en retóricas huecas y en justificaciones absurdas. Requerimos miradas nuevas llenas de servicio y apartadas de resentimientos y de odios que dominaron no solo el discurso sino la acción de muchos de nuestros políticos. Los que se llenaron la boca de pueblo para robarles toda una generación.

Cuando podamos ver esa realidad urgente que convoca a los mejores, a los “tapados”, a los jóvenes talentos... la democracia nuestra tendrá futuro. Mientras la lucha se mantenga en las mismas posiciones de siempre... no habrá salida de este estado de ánimo donde la frustración y la ansiedad lo dominan todo.

La historia se encargará de juzgarlos, aunque el presente les pasa la factura de manera radical y dolorosa. Nuestros pueblos tan ricos en recursos, pero con una dirigencia tan mezquina, egoísta y corrupta, deben despertarse de este largo letargo en que mientras les endulzaban los oídos las manos cleptómanas arrasaban con cualquier forma de esperanza y de redención.

Es tiempo de madurar y de ponernos de pie. América Latina no puede seguir repitiendo sus errores para acabar en el diván de alguien que vuelva a abusar de su población. Ese es el reto. Razonar y levantarse de una vez por todas. (O)

Nuestros pueblos tan ricos en recursos, pero con una dirigencia tan mezquina, egoísta y corrupta deben despertarse de este largo letargo en que mientras les endulzaban los oídos las manos cleptómanas arrasaban con cualquier forma de esperanza y de redención.