Que Alberto Dahik, con su ortodoxia económica, se encuentre en la palestra del debate público dando salidas a la crisis, muestra de qué modo la revolución ciudadana le ha llevado al Ecuador hacia el pasado. Después de estar 20 años fuera del país, asilado políticamente en Costa Rica, Dahik se ha convertido rápidamente en un referente de la discusión económica. Su claridad expositiva, la elocuencia de los ejemplos para ilustrar las pocas fórmulas que habitan en su cabeza, se combinan con la audacia de sus propuestas y el dogmatismo de sus posturas: no hay más que apertura, mercado y capital privado. Su propuesta de timbre cambiario, que tanto entusiasmó al inicio, hoy parece descartada hasta por su proponente, quien ha dicho que para funcionar se requeriría de no menos de otras 20 decisiones para que no termine siendo un Frankenstein. Tan audaz es Dahik que ha sugerido sugerir que las empresas y bancos extranjeros operen en el Ecuador con las legislaciones de sus respectivos países; es decir, una completa cesión de soberanía.

La presencia de Dahik en el debate público no es el único síntoma de retorno del Ecuador al escenario de los años 80. La historia se repite con deprimente circularidad de la mano de los dogmatismos. Hoy el coro de los economistas ortodoxos repite la urgencia de ir al FMI para financiar el enorme hueco del Gobierno: entre 10 mil y 12 mil millones. Sería, además, la vía para cambiar el modelo a través de las condicionalidades de política económica que impondría el Fondo. Minimizan las condicionalidades porque con o sin Fondo –argumentan– el Gobierno está obligado a una serie de medidas de ajuste drásticas si quiere evitar un colapso.

Rafael Correa, mientras tanto, repite a pulmón lleno algo que ya nadie cree: el viejo país no volverá. No tiene que proclamarlo muy fuerte porque está ya de regreso y bien instalado con el señor Dahik en primera fila y aplaudido. La propia revolución ciudadana se ha dejado sitiar por un manejo irresponsable de la economía desde la heterodoxia posneoliberal. Sobre la herencia correísta pesará el haber permitido que un modelo de intervención y regulación estatal, inevitable y necesario en el capitalismo, termine en el tacho de la basura acusado de populista. La revolución ciudadana nos ha llevado a que se asocie todo lo heterodoxo con irresponsabilidad populista, con modelos fracasados. De ese modo, deja el camino abierto para la consagración de un modelo neoliberal.

Conforme el modelo heterodoxo de los milagreros y jaguares vive una agonía lenta, dramática, triste, producto de sus propios excesos, el ministro Rivera –cuyo mayor mérito es ser un Correa en diminuto pero con la misma arrogancia– no tiene otro discurso que recordarnos lo dramático del pasado partidocrático con la crisis de 1999, cuando ante sus propios ojos desfila otra tragedia social que se niegan a mirar. En su debate con Dahik, Rivera mostró a un gobierno arrinconado por la presión neoliberal, cuya cabeza, hoy por hoy, es la misma persona que en su momento fue acusada de terrorista económica. Después de 20 años de estar fuera del país, la derecha vuelve a convertirlo en uno de sus referentes ideológicos, como para recordarnos la circularidad del tiempo político ecuatoriano. Avanzamos un paso y retrocedemos cinco. ¡Gracias, Rafael! (O)