Se ha iniciado la tarea de elaborar una agenda de Educación Superior para un periodo que terminaría el 2035. Será, se ha dicho, un proceso participativo que permita recoger las propuestas de sectores académicos, productivos y de la sociedad en general. Con esto se busca que sea un programa que se mantenga, como política de Estado, quienesquiera que sean los líderes y los partidos que gobiernen.

Para lograrlo, el diálogo debería empezar por alcanzar un acuerdo acerca de qué vamos a entender por educación superior, cómo debería ser y cómo va a relacionarse con la sociedad y sus necesidades.

Si de universidades se trata y lo tomamos en serio, debemos pensar en una institución de gran rigurosidad científica y académica, que garantice que sus graduados son personas con gran preparación general básica, aptitud permanente de aprendizaje, pensamiento crítico y actitud de búsqueda del conocimiento, porque las verdades científicas son temporales. En resumen, que cumplan con la tarea de trasmitir cultura, pero también de transformarla y de crearla.

Para esto, es indispensable que los estudios previos de los aspirantes a la universidad los hayan preparado para eso. No habrá agenda de educación superior que pueda lograr sus propósitos si los estudiantes no están listos para el reto y aun si el bachillerato los ha preparado, no todos tendrán la vocación y las aptitudes que un estudio universitario bien entendido requieren. Por eso, será necesario también pensar en los bachilleres que no van a la universidad. ¿Se entenderá por educación superior a toda educación posterior al bachillerato? Que debe existir y ser también excelente. ¿De qué autoridad dependerá? Es un tema que debe resolverse paralelamente.

La carencia o escasez de esa propuesta educativa hace que la presión para el ingreso a la universidad sea mayor. Pero también hay una causa, más difícil de cambiar, y es la mentalidad social. Vivimos en un mundo en que confundimos el sentido y valor de las personas con su apariencia, su título, su trabajo. Pensamos que un doctor es más importante como persona que un electricista y que una economista es una persona más “valiosa” que una dependiente de almacén. Ese pensamiento hace que todos los padres y las madres aspiren a que sus hijos tengan títulos universitarios, lo cual está muy bien, tienen derecho a ello, pero si el joven no tiene vocación por el estudio sistemático y permanente, no llegará a ser un graduado universitario de éxito, cuando podía haber sido un muy exitoso técnico en cualquier rama, sin que eso signifique que es menos importante como ser humano que los doctores, que dicho sea de paso, probablemente, sobrevivirían con dificultad, si no hubiera quien prepare la comida diaria, quien cosa su ropa, haga sus zapatos, arregle su carro, construya su casa, coseche los alimentos. Claro, esto no es tarea de quienes prepararán la agenda de educación superior, más vale es tarea de todos, que debemos aspirar a vivir en una sociedad en la que a todos se les reconoce su dignidad humana y su valor y que lo que hace las diferencias está en los valores a partir de los cuales construimos nuestras vidas. Si lo pensamos bien, tiene más valor social y es más útil al bien común un carpintero excelente y honesto que un mal profesional carente de ética.

Construir la agenda de la educación superior es indispensable, pero también lo es que entendamos que la universidad no es para todos, sino para los que tienen vocación y aptitudes y que también es importante construir una agenda para la educación de los bachilleres que no ingresen a ella. (O)