La palabra crisis tiene siete acepciones en el Diccionario de la Lengua Española. En su primera acepción, que se podría considerar como la que generaliza el concepto, dice que es un “cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que estos son apreciados”, y en su quinta acepción referida a lo económico señala textualmente que crisis es la “reducción en la tasa de crecimiento de la producción de una economía, o fase más baja de la actividad de un ciclo económico.”

Lo dicho, según el idioma o las definiciones relacionadas con la lengua, empata muy bien con lo que ocurre actualmente en el país, e igualmente desde lo popular, desde el lenguaje diario de la gente común, crisis es lo que estamos pasando ahora porque eso es lo que perciben los bolsillos particulares aunque no sepan sus dueños de tecnicismos ni de términos académicos. A la población le interesa, primordialmente, poder llevar los alimentos a su casa, atender la salud de su familia y tener una casa donde vivir, para todo lo cual se requiere percibir algún ingreso, pero mientras no consiga trabajo aunque lo busque desesperadamente en plena edad productiva, para esa persona existe una crisis, con mayor razón si hace poco las cosas eran distintas. A ese ciudadano no le importa si la Reserva Monetaria Internacional alcanza o no los rubros que teóricamente debería cubrir como el encaje de los bancos públicos y privados, los depósitos respectivos o la emisión local de moneda fraccionaria, ni siquiera sabe o conoce ninguno de tales renglones; a él lo que le afecta es que haya trabajo y tenga dinero para satisfacer sus necesidades básicas, y si no puede conseguir esos objetivos y percibe que cada día se torna más complicado lograrlo, y si oye además que el país está endeudado a tasas no admisibles para un Estado en buena posición económico-financiera, que el precio del petróleo, su principal fuente de ingresos, está en límites bajos preocupantes, que el déficit presupuestario es de varios miles de millones de dólares, que el riesgo país es uno de los más altos de América, que los proveedores no perciben los pagos a tiempo, ¿qué puede creer sino que estamos en crisis?

Sostener que no hay crisis no me parece sensato puesto que los hechos no desaparecen por la simple negativa a aceptarlos, aunque debo admitir que en esto como en muchas cosas hay una graduación o una escala imaginaria que puede ser muy discrecional, es decir que según quien opine la actual puede no ser una crisis absolutamente agobiante para la población, que la nuestra no es la misma que viven otros pueblos con más agudos problemas, pero que la hay no es posible ignorarlo. Me gustó una frase de Ricardo Piglia en Los cuentos de Emilio Renzi (Anagrama, Barcelona 2015) que puede aplicarse al efecto: Vivir en la inconsciencia es algo que debemos envidiarle a los locos. (O)