Un lugar común y generalizado es que las peores manifestaciones de “civilización” vienen en forma de imágenes del África. Años de postergación, humillación y expolio, además de los efectos devastadores de la naturaleza desertificando millones de kilómetros, nos han acostumbrado a imágenes de hambruna en Eritrea, Somalia, Sudán o Etiopía, donde miles de personas se abalanzan cotidianamente sobre camiones de comida disputándose la sobrevivencia en cada manotazo. Sin embargo, somos injustos en muchas cosas, como por ejemplo, que África es mucho más equitativo que nosotros los latinoamericanos. Las diferencias entre pobres y ricos no resulta tan abismal, como sí acontece en este subcontinente. Con todo, es muy difícil no relacionar lo que acontece en Venezuela, tan rica en recursos naturales pero tan pobre en clase dirigente, cuando vemos a miles de ciudadanos de ese país corriendo tras los camiones que abastecen de alimentos o de cosas tan básicas como el jabón. La revolución bolivariana es hoy un retrato de las peores formas de degradación humana que se recuerde.

Ya no es necesario un referéndum revocatorio, la gente ha votado en ese país condenando el régimen de Maduro a preparar la transición. Han sufragado con el estómago y en la medida que las circunstancias empeoren los costos para todos serán más altos. Cuando el Gobierno no reconozca su absoluto fracaso y resulte ser más importante prolongar la agonía de los demás, estos se irritarán de manera superlativa y cargarán contra ellos en imprevisibles maneras. Maduro tiene que irse. La realidad no le da margen de maniobra y todo lo que haga para continuar no le conviene a Venezuela y menos a él y su camarilla. Cuando el malestar de la gente llega al estómago, no queda margen de maniobra. Se podrá extender el tiempo de salida, pero no podrán contener la decisión popular. El ingreso de los militares en el debate político actual –del que no estuvieron nunca ajenos, con Chávez a la cabeza– no debería ser descartado, aunque eso retrotrajera a América Latina a sus peores versiones.

La democracia tiene intrínsecamente la capacidad de hacer que el debate civilizado sustituya a la violencia. Ese es uno de sus aportes centrales que cuando se proscriben los medios y se persiguen las voces violentas la dejan sin uno de sus soportes centrales. Con un congreso opositor, un ahogado manotazo de gobernar con la Corte Suprema de Justicia y el gran descontento popular... no queda otra que iniciar el diálogo más productivo y necesario: el de la salida civilizada. Será doloroso para muchos pero es lo único disponible ya. Los militares ya han dado su versión antes de los comicios del congreso. Podrían ser calificados de tontos por algunos pero... no comen vidrio. Se juegan su propia subsistencia y saben perfectamente del lado de quiénes deben estar si pretenden salvarse de las consecuencias.

La situación en Venezuela está fuera de control por parte del Gobierno, que desconcertado y desorientado le quedan solo dos cosas: una fuga hacia delante o una convocatoria al diálogo nunca antes practicado. Tendrán que sobreponerse a su genética autoritaria disfrazada de revolución, admitir los errores y conciliar en un clima donde los asaltos a los camiones de comida hacen imposible entender cómo un país tan rico como Venezuela se parezca hoy tanto a Etiopía y ojalá nunca a Somalia.

Demasiado de Bokasa e Idi Amin y muy poco de Bolívar o de Miranda, de los que se llenaron la boca para dejarlos a todos sin alimentos. (O)

Tendrán que sobreponerse a su genética autoritaria disfrazada de revolución, admitir los errores y conciliar en un clima donde los asaltos a los camiones de comida hacen imposible entender cómo un país tan rico como Venezuela se parezca hoy tanto a Etiopía y ojalá nunca a Somalia.