Varias problemáticas atraviesa el mundo de manera global y apremiante. El calentamiento global, la guerra con el Estado Islámico en la que nos estamos sumergiendo todos, las inequidades crecientes, el precio de petróleo a la baja –mala noticia para unos y buena para los que no lo poseen–.

Todas atravesadas por un eje fundamental.

Los seres humanos seremos capaces de enrumbar nuestro destino común aquí en la Tierra o nos acercamos peligrosamente a un abismo de destrucción masiva obra de nuestras elecciones basadas en la ganancia, la competencia, el poder y el dinero. Sin que nos importe lo más mínimo, salvo muy pocas excepciones, en términos de políticas manejadas desde los estados y los bloques de multinacionales sin rostro que nos gobiernan, las inequidades e injusticias que hacen que las grandes mayorías estén marginadas, aisladas, refugiadas, arrastradas en el fango de la supervivencia, mendigando un lugar para vivir, trabajar, tener educación y ser atendidas en la salud. En conjunto no respetamos, ni cuidamos a los seres humanos que viven en esta Tierra y a la naturaleza que también tiene derechos.

El papa Francisco, que acaba de terminar un viaje histórico a África asumiendo los riesgos de visitar zonas enfrentadas en guerras fratricidas, muchas de ellas escudadas en la religión, decía cuando fue a Lampedusa, donde cientos de refugiados se habían ahogado: Tenemos que reaprender a sentir y a llorar, porque lo hemos olvidado. Tan importante como la razón es el sentimiento, la emoción, la capacidad de sentir con los demás sus problemas y tragedias como si fueran propios. Las guerras son las mayores creadoras de sufrimiento y desastres humanos, ambientales, económicos, culturales. Sabemos cuándo comienzan, no cuándo terminarán ni cómo terminarán.

Y en relación con la naturaleza: “El tiempo urge y corre en contra de nosotros. Por lo tanto, todos los saberes deben ser ecologizados, es decir, puestos en relación unos con otros y orientados hacia el bien de la comunidad de vida. Igualmente, todas las tradiciones espirituales y religiosas están llamadas a despertar la conciencia de la humanidad a su misión de ser la cuidadora de esta herencia sagrada recibida del universo y del Creador que es la Tierra viva, el único hogar que tenemos para vivir. Junto con la inteligencia intelectual debe venir la inteligencia sensible y cordial y sobre todo la inteligencia espiritual, porque es la que nos relaciona directamente con el Creador”, sostiene Leonardo Boff.

La propuesta del presidente Rafael Correa en la Conferencia del Clima en París, de crear una Corte Internacional de Justicia Ambiental para sancionar los atentados contra la naturaleza, es innovadora, utópica y, por lo tanto, movilizadora y realizable. Y también Ecuador estaría sometido a esa Corte, lo que permitiría mayor justicia en los temas ambientales de la Amazonía, incluido el Yasuní. La creación de un organismo con esas atribuciones marcaría un antes y un después en nuestro destino común en esta nave azul en que nos desplazamos por el cosmos.

Mientras la Conferencia se lleva a cabo, en China se decretó la alerta naranja, pues la contaminación ambiental superaba en 24 veces lo adecuado para poder respirar y vivir. China no firmó el Acuerdo de Kioto que regula la emisión de gases al planeta. E inunda con sus productos los diferentes países, incluido el nuestro. Una manera de sancionar será también no comprar los productos a quienes en su elaboración contaminan la Tierra. (O)