La más cruda de todas ha llegado con sus números y sacudidas de alfombras de gobiernos latinoamericanos que durante mucho tiempo y en el imperdonable buen momento de las materias primas se refugiaron en las acusaciones y persecuciones que solo perpetuaron los mismos vicios y corruptelas que habían dicho era su razón de ser como gobiernos diferentes y distintos. Nada de eso ha pasado y hoy el electorado agotado comienza a pasarles la factura y varias de las organizaciones creadas para apuntalarlos se comienzan a agrietar.

El duro cruce de Mauricio Macri contra el Gobierno de Venezuela parece ser solo el comienzo de una profunda revolución al interior del Mercosur, Celac y la Unasur. Ahí veremos cómo estos cambios que vienen de la mano de gobiernos agotados y cada vez más autoritarios van a reflejar la gran derrota que como proyecto común hemos tenido que padecer. Nos vamos con el peor de los regustos y comprobando que nuestros cambios siguen siendo de 360 grados: volvemos siempre al lugar de donde salimos. Y esa es quizás la frustración mayor que tenemos como latinoamericanos. Los brasileños serán más pobres y violentos después de cuatro gobiernos del mismo signo y evidentemente Venezuela estará peor que cuando “el castigador del sistema” Hugo Chávez fue promovido a la presidencia.

Somos un caso para el diván psiquiátrico. Bipolares en muchos de los casos y con una ruptura clara entre la política como búsqueda del bienestar común y el cinismo de un electorado que solo va al ritual democrático cada cierto tiempo, aunque en el fondo está seguro de que las cosas no cambiarán. Violencia, desigualdad, corrupción, riquezas desaprovechadas y una caradurez única, como la que vimos esta semana en París en la cumbre del medio ambiente. Las buenas intenciones son repetidas y aburridas. Lo que no vemos es que aquello que se predica se cumpla de verdad. En todo este tiempo hemos visto prácticas que escondían la verdadera realidad por ataques a enemigos ciertos o inventados desde los cuales se construía el edificio de una estructura autoritaria que dilapidó los grandes recursos sobre los cuales podrían haberse levantado repúblicas fuertes institucionalmente, con estados de derecho previsibles y ciertos para todos. Hemos sido engañados por un discurso destructivo mientras crecían las desigualdades y corrupciones, como lo prueban los brasileños, y estoy seguro de que aparecerá de manera más clara cuando se vaya del poder Cristina Fernández el próximo 10 de diciembre. Los argentinos se “sorprenderán” de lo que hicieron los Kirchner durante sus tres periodos de gobierno y cómo no pudieron hacer una democracia más sólida y previsible. El desastre tendrá que ser resuelto por Macri y es probable que luego de un periodo difícil de cambios, los mismos que hicieron que las cosas estuvieran como están, retornen al poder.

Es tiempo de cambios evidentemente. Podríamos todavía lamentarnos por lo que perdimos, pero es hora de que los nuevos gobernantes no teman decir lo correcto porque el cinismo, la mentira y los dobles discursos solo sirvieron para sostener la peor de las mentiras: que las cosas estaban bien cuando en realidad el camino era claramente hacia el precipicio.

Estamos ante la única verdad: la realidad, y a partir de ella queda el desafío de construir gobiernos que comprendan que el ejercicio del poder debe ser transparente, justo, respetuoso y honesto. Todo lo demás es pura cháchara que no cambia las cosas más que para peor. La realidad es un espejo que nos devuelve el verdadero rostro de lo que somos y eso no es poca cosa en países acostumbrados a la mentira. (O)

Es hora de que los nuevos gobernantes no teman decir lo correcto porque el cinismo, la mentira y los dobles discursos solo sirvieron para sostener la peor de las mentiras: que las cosas estaban bien cuando en realidad el camino era claramente hacia el precipicio.