Aun antes de la pública confesión que una alta dirigente del oficialismo ha hecho, de que las reformas constitucionales que están por aprobarse sirven para perpetuar en el poder a su movimiento político, y en consecuencia al dueño indiscutible de dicha agrupación, aun antes de ello, al país le era evidente que ese era el objetivo de dichas reformas. El que semejante confesión la haya hecho quien ostenta una alta magistratura pública no hace sino darle un toque “oficial” a una verdad que ya era conocida.

Sin embargo, debe tenerse en cuenta que las reformas constitucionales por aprobarse contribuirán a consolidar definitivamente todo el poder del Estado en una sola persona, no solo por lo que ellas dicen sino por la forma como fueron aprobadas. Luego del espectáculo circense que el país ha presenciado durante el proceso de reforma constitucional que está por concluir, ¿puede alguien seriamente dudar de que en nuestra Banana Republic la ley no sea sino la expresión de la voluntad soberana de una sola persona, de sus caprichos, gustos y resentimientos? Hasta un extraterrestre que nos venga a visitar caería en cuenta de esta realidad en poco tiempo.

¿Y qué mejor prueba que la inclusión a última hora de la acaramelada transitoria a la reforma que instituye por primera vez en nuestra historia la reelección vitalicia? Fue suficiente una orden impartida un día sábado para que ella sea sumisamente incluida. Fue otro de esos destellos de nuestra sabadocracia, como para una comedia de Woody Allen; filmada en el único país donde la Constitución la reforman los sábados desde una cadena de radio y televisión.

Los argumentos que los oficialistas esgrimen para defender semejante reforma –argumentos de una mediocridad pasmosa– no hacen sino confirmar la pobre visión que tienen de lo que es una democracia constitucional en un sistema republicano. Venir a decirnos que esta transitoria está hecha para que el caudillo no se beneficie de ella en las próximas elecciones, sino a partir de las siguientes confirma que ven a la Constitución como algo personal de él –como el juguetito preferido de un niñito– y no como un pacto social para proteger derechos y distribuir el poder.

Por su propensión al caudillismo, la reelección vitalicia significa inyectarle un virus mortal a la estructura del Estado. Uno de los aportes más significativos del constitucionalismo moderno es haber superado la idea de que lo “democrático” sea un rasgo exclusivamente de la forma de gobierno para hacerlo extensivo también al Estado. De allí que hoy se da por entendido que el Estado contemporáneo es un Estado democrático.

Pero nada de esto importa al dueño de la Banana Republic. Si con un chasquido de dedos hizo que la Corte Constitucional convocara a una consulta popular para votar sobre las corridas de toros, ¿qué de extraño hay que después, con otro chasquido, impida la realización de un plebiscito para dilucidar si apoyamos la implantación de un Estado antidemocrático? El costo de semejante barbaridad lo estamos viendo en la tragedia venezolana. (O)